Del nahual divino...

viernes, septiembre 23, 2005

El último

Un ganador

“Busco mi piedra filosofal, en los siete locos, en el mar,
en el cadáver exquisito, en no tener piedad...”
Cadáver Exquisito, Fito Paez


A pesar de que no se dio cuenta, sus músculos parecían haber tomado decisiones en un acto desesperado de la inconciencia. Tensarse extenderse y relajarse: caminar, con un sentido secreto aunque definido. En ningún momento dejo de llorar, como si las lágrimas fueran el motor secreto de su movimiento, o como si el llanto fuese el vehículo para traer de vuelta a los muertos.
El retorno a la conciencia fue una mezcla de miedo y estupor ante el desconcierto de hallarse caminando en otro sitio, por la arquitectura predominante supo que debía estar en el centro de la ciudad. El aire de suntuosidad que poseían los edificios era magnifico, pues ninguna presencia salvo la suya los perturbaba, no había siquiera ratas o cucarachas, el único sonido era el de sus pasos y el de los restos del agua al caer, porque la lluvia parecía haber terminado hace ya algún tiempo. Había gran visibilidad ya que el alumbrado público estaba encendido, sin embargo la oscuridad habitaba muchos sitios que la luz amarillenta jamás podría alcanzar. Uno solo de esos gigantes de piedra tenía las puertas abiertas, como algo intuitivo supo que era la meta secreta que su cuerpo le velaba.
Tras haber atravesado el umbral, sintió que el aire del sitio no era el que le correspondía al actual, más bien parecía algo de muchos siglos atrás pero extremadamente familiar. Aspiró, cerró los ojos mientras otros ojos se abrían y le mostraban una imagen de sus manos, que contemplaba enguantadas de un metal negro y manchadas de sangre. Regresó, con los miembros entumecidos y respirando agitadamente, esa imagen era suya no cabía duda, pero era imposible conectarla con algún momento especifico. Jamás había sentido nada tan desesperante como esa imposibilidad de recuperar un pasado inherente. Pero la imagen permanecía en su cabeza inconmovible, hasta que una imagen auditiva -igual de familiar y de incoherente- desvió el canal, más a diferencia de la otra esta tenía el correlato de una existencia fija y actual. Era la risa de una niña que provenía no muy lejos de ahí. Estaba oscuro pero la débil luz de unas velas se dejaba ver a unos metros. El cuarto era abovedado y gótico, no tenía mobiliario salvo por los cuatro cirios que custodiaban el ataúd. Dentro estaban los ojos vidriosos y grises, abiertos, muy abiertos. La piel blanca y el cabello castaño, largo y rizado de la hermosa niña muerta. La contempló largo rato con la misma sensación incomprensible de conocerla desde hacia mucho, mucho tiempo, hasta que el cambio de postura fue tan claro como para quedar cerca de su rostro. Y el increíble tono de su voz y el movimiento de su fisonomía infantil y odiante le dejó el mensaje:
-Mírame y mírame bien, mírame hasta que de tanto verme yo me pueda meter en tu mente y pueda hacer que a través de tus propios labios me pidas que te viole, como tu hiciste conmigo- de nuevo fue arrebatada a la muerte, pero su rostro quedo horriblemente marcado por el odio constante y acumulado de muchos siglos.
En ese momento tuvo la extraña certeza de que este suceso estaba conectado con la otra imagen, la sangre de sus manos y la de la niña estaban unidas de forma absurda y atroz ¿Pero de donde? ¿De donde? Se jaló el cabello, se araño el rostro, se tiró al piso en posición fetal, lloró de nuevo, pero sus vasos sanguíneos ya no soportaban y reventaban uno a uno, lloró sangre. Sus ojos no vislumbraban sino un inmenso lago rojo, agitándose mientras de lo profundo surgía un fragmento de oscuridad que se expandía. Se preguntó si se abría quedado ciego.
-No, es que no tienes luz para ver- una voz de múltiples tonos, que exhalaba y aspiraba lentamente, pero como si viniera de varios sitios a la vez. Matices de odio, soledad y muerte.
-¿Quién eres? –preguntó totalmente alterado.
-Yo no soy nadie.
-¿Quién soy? –volvió a preguntar.
-Tu no eres nada.
Escuchaba la respiración como la propia vida de las sombras, fétida, quemante.
-¿Recuerdas a tu esposa?
La pregunta fragmentó algo en su mente, miraba a un cuerpo que caía a un vacío profundo como el éxtasis del místico o el pavor del paranoide. Él caía tambien pero no podía alcanzarlo, hasta que una extraña presión lo aceleraba y él podía tocar al otro, un instante de extrema lucidez se abría y el tropel de recuerdos mostraba imágenes de su esposa, con su cabeza infantil degollada en la alcoba pintada con su propia sangre, cuando rodaba por las infinitas escaleras del metro destrozando su pequeño cuerpo de reviviscencia infernal, alzándose desde la muerte para retarlo con su odio eterno y purificado de niña.
Ante esta claridad supo que todo lo que había creído real era una farsa alucinante y solo le quedó el odio. Tomó su pistola y disparó varias veces pero la luz blanca había desaparecido.
-Con esa luz nunca podrás ver nada ¿de qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como los rayos del sol de medio día
Creo que sucedió hace mucho, en lo que llaman edad media, todos la respetaban porque
-No, no es así ¿de qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como las nieves perpetuas de los polos
creían que a su corta edad era una santa, lo curioso fue que en un momento creyeron que yo
-Incorrecto ¿de qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como el más puro de los mármoles
tambien iba a ser santo, pero eso no importaba. La deseaba, más que cualquier otra cosa en
-Mal de nuevo ¿de qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como las alas de los ángeles
el mundo, de cualquier forma era necesaria para consumar la armadura. Acero negro del
-Falso ¿de qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como la túnica de un pontífice
infierno transmutado al rojo en los brazos, las botas, la parte frontal del peto, el casco y la
-¿De qué color es la luz de tu arma?
-Blanca como el sudario de los muertos piadosos
empuñadura de la espada, todas bajo el efecto de su preciosa sangre. No fue precisamente
-¿De que color es la luz de tu arma?
-Blanca como el relámpago en el mar embravecido
fácil llegar a ella, pero tenerla fue un verdadero placer. Recorrer su cuerpo frágil temblando
-¿De que color es la luz de tu arma?
-Blanca como su piel inmaculada
de miedo e ira, sus senos exiguos sus piernas, su sexo impenetrable y sangrante, sentir
-Bien vas entendiendo ¿de qué color es la luz de tu alma?
-Es negra como la lengua de los blasfemos
como su santidad se transformaba en un odio igual de devoto y magnánimo, hasta que el
-¿De qué color es la luz de tu alma?
-Negra como el interior de los templos malditos
último de sus milagros hizo que de sus muñecas corriera una inconmensurable cantidad de
-¿De que color es la luz de tu alma?
-Negra como las entrañas del infierno
sangre. Un hechizo cruel y a la vez hermoso, porque la línea que separa a los santos de los locos es frágil.
-¿De que color es la luz de tu alma?
-Negra como tus seis alas, o como la luz de tus ojos, serafín caído, ex favorito de Dios, antigua Luz-Bella, Ha-Satán, Samael, el del horrible rostro quemado por ver directamente la gloria de Dios, el soberano supremo de las cortes del infierno
-Bien, cuando menos ya me recuerdas ¿sabes porqué estas aquí?
-Claro que te recuero y si pudiera te devoraría el rostro calcinado y volátil por tu piel angélica de humo, pero creo estar aquí por tu maldito juego.
-No, estás aquí porque te odio y porque me odias más que cualquier otra de las almas humanas que han caído. Setecientos cincuenta años en una celda totalmente oscura, sin ninguna tortura física porque el odio te calcinaba por dentro, no necesitabas más infierno que el que tu te creaste; quizá lo peor para ti sea saber que así como odias pudiste haber amado a Dios y ser elegido entre sus elegidos.
-Dime tu como se siente eso, llevas más tiempo que yo ¿o no caíste un billón de años desde la ciudad de plata Luzbel?
-Ghaaa... si eso es mira con tu propia luz, es negra pero ilumina, se expande ¿qué ves?
-El objeto más preciado y maldito de todos: la armadura, la cosa más impía que ha tocado la tierra, por fin es mía –la tomó para sí y fue vistiendo sin importar que cada que hacía contacto su piel iba incendiándose con un terrible dolor, cuando por fin colocó el caso, la última de las piezas, se sintió de nuevo a la deriva en las sombras perpetuas, escuchó de nuevo la voz:
-Ahora sabes cual era tu celda. Vamos ilumina más allá.
A lo lejos alcanzó a distinguir la luz de unas velas, era el cuarto abovedado y gótico, en el féretro estaba la niña, su esposa, viva de nuevo pero paralizada de horror por el monstruo que la acechaba de nuevo, quemándola con su contacto metálico, en el vientre, en los senos pequeños, en las piernas, en las manos y en todos los rincones de su cuerpo inmaculado. Pero pronto los tocamientos fueron transformándose en algo más certeramente hiriente, contusiones dolorosamente sistemáticas pero con tal frenesí que hubieran podido pensarse como algo caótico. El pánico de la niña se convirtió en rencor mientras aumentaba su ira y sus golpes, hasta que en el clímax de esa locura tomó la espada, enterrándola en la vagina y atravesándola hasta el pecho, para después sacarla partiendo el cuerpo por un costado. Pero aun no bastaba, faltaba algo, el rostro estaba intacto, solo mostraba una mueca de odio paroxístico, eso era. Puso la mano derecha en la parte superior de las cuencas de los ojos y la izquierda en la inferior y comenzó a jalar. La piel se estiró lentamente, se quebró y cedió con mucha facilidad, con sus propias manos sacó el cráneo desollado, le quitó el maxilar, lo vació del cerebro y los órganos restantes, lo atravesó con su espada hasta encajar perfectamente en su empuñadura como una reliquia que le recordara eternamente su condición. Por fin estaba listo, despierto, tenía la luz que necesitaba para ver. Se miró los guantes repletos de sangre y supo entonces que la imagen no pertenecía al pasado sino que era profética. Abandonó el lugar para buscar en la calle el aire nuevo de su venganza.
Afuera el ambiente tenía un frío glaciar pero era incapaz de alguna sensación física, la armadura lo vedaba de todo contacto. Los edificios habían recobrado la pureza de siglos, las múltiples arquitecturas superpuestas peleaban por ganar el espacio, todas expandiéndose desde su meta, el último refugio de su enemigo eterno: la catedral.
De nuevo su cuerpo guiaba las acciones pues tenía secretos que él no podía entender desde el naufragio de sus sombras perpetuas. Aunque desde que salió del palacio de su memoria supo que alguien lo seguía no le dio importancia, pues en este estado era imposible que algo lo dañara. Por fin pudo acercarse lo suficiente para ver las torres de la imponente construcción, en un estado de perpetuo desafío incólume al tiempo y a su odio. Se detuvo al centro de la plaza, desenfundó su espada con el orgullo de su reliquia y gritó desgarrando la noche perpetua. Del techo del edificio que hacía frente a la catedral descendió un fulminante cometa negro: el guerrero de las encarnaciones múltiples. No pronunció palabra, solo sonrió y abrió mucho sus ojos infinitamente azules. Corrió con asombrosa velocidad, su enemigo lo esperó inmóvil pero con gran rapidez respondió al ataque, al choque de las espadas el guerrero de las encarnaciones salió rebotado. Se incorporó deprisa y trató de atacar de nuevo varias veces pero siempre con el mismo resultado, hasta que un tajo certero de su adversario separó la mano izquierda con la katana empuñada. Dio un gran saltó hacia atrás, disparó el cargador completo de una de las pistolas pero las balas rebotaban sin siquiera causar rasguños, en un acto último de desesperación con la mano que le quedaba intento tomar la navaja en la trenza para enterrársela a él mismo en la nuca, pero la pesada espada del enemigo cruzó los aires con la misma certeza desprendiéndole el otro brazo. Se quedó petrificado y deseó no haber vivido ni una sola vez para no tener que sentir esta cobardía tan absoluta y que jamás podría superar, el momento de perecer, una derrota eterna sin segundas oportunidades. El instante de enfrentarse al fin a su descomunal debilidad.
Vio correr a su adversario como un terremoto colosal, hubiera querido cerrar los ojos pero carecía de párpados, sintió el brazo quemante que le calcinaba el cuello y lo levantaba por los aires, lo último que percibió fue el puño metálico que le destrozó el rostro. Ya sin vida alguna ese rostro fue golpeado muchas veces hasta que formó una masa negra que se deshacía entre los guantes. Tomó de nuevo su espada y la apuntó hacia la puerta principal de catedral, con su andar lento de cataclismo rompió por fin la puerta, un humor sacro pero sepulcral se sentía en el ambiente. En el primer altar custodiado bajo la mirada del Cristo del veneno estaba una pequeña figura de un niño-Dios, vestido con ropa de plata pero sin ojos y llorando sangre. Alzó su pequeña mano haciendo el signo de la cruz.
-Damián ¿no me conoces? ¿Porqué me haces esto? Aun tienes una alma humana, déjalo todo atrás y sígueme.
-No, eres tú el que no me conoce, o ya sabrías que nunca podría hacerlo porque te odio y lo voy a hacer por todos los siglos- aunque su voz provenía de dentro de su armadura parecía estar en todos lados con el tono de otros matices.
El niño lloró con su llanto divino un instante increíblemente tenso, en el que el resto de las imágenes pareció advertir la tragedia y lloraron con él: los ángeles, los santos, las vírgenes, todas sufriendo el terrible rechazo con lágrimas beatíficas y sangrientas. Decidido empuño con ambas manos la espada y con un corte brutal separó en dos el cuerpo de barro que estalló junto a todo relieve sacro. Las pinturas ardieron y las efigies estallaban también con rostros de angustia, los retablos y las columnas se escarapelaba en su superficie, como si esta hubiera sido un cascaron, mientras daban paso a otra estructura. Ahora el interior estaba decorado de forma diabólica, las naves dedicadas a demonios en especifico, escenas horribles acerca del infierno quedaron plasmadas en las pinturas. Había incluso humillantes representaciones de sus contrincantes vencidos. Él lo contempló todo con cierta indeferencia, hasta que en el altar de los reyes halló lo que buscaba. Arriba de un pedestal, y con una altura como de dos metros, con su túnica y negra y sus abismos púrpuras, dispuesta a separar vida y muerte con su guadaña temible, congelada en el tiempo un instante para que toda su magnificencia fuera contemplada, adorada por sus devotos como Santa Muerte. La primer nota del órgano tubular coincidió con el refulgir de las cuencas, las primeras voces del coro respondieron al movimiento para envolverse en su capa y desaparecer.
El caballero del infierno esperó volteando su cabeza en varias direcciones, buscando entre las estatuas de los demonios, hasta que el golpe en su espalda lo derribó causando un gran estrépito metálico: había aparecido justo detrás de él. Se incorporó con actitud desafiante y se puso en guardia, la muerte desapareció de nuevo. Pero esta vez él se dejó guiar por sus sombras, consciente de que ahí podría encontrarla, en el momento en que apareció al lado de él pudo detener el ataque de la guadaña con un revés, detuvo tambien un golpe hacia el casco y otro hacia el cuerpo. Su contrincante retrocedió hasta quedar al borde del órgano tubular que emitía una melodía espantosa para el coro invisible que aumentó la intensidad de los alaridos. Desde ahí lanzó varios golpes de viento que al chocar con él emitían un sonido similar al de los truenos, su temperatura había aumentado de modo inverosímil hasta alcanzar los quinientos grados centígrados sin que el metal se dilatara siquiera un poco, esta era la peor propiedad del acero del infierno. Le arrojó la guadaña, el caballero oscuro la pescó en pleno vuelo con la mano libre y la enterró en una representación de Baphometh. El siervo de la muerte estiró sus manos y una pequeña corriente empezó a soplar, la corriente aumentó su intensidad, se bifurcó, se volvió algo capaz de destrozar el piso y las estatuas, pero a él no lo dañaba, avanzaba derecho como si no existiera el terrible viento. Los gritos del coro se volvieron algo intolerable y se mezclaban con el sonido del trueno provocado por el calor de la armadura y el choque del viento, pero no fueron nada contra el grito que emitió y que fue incluso capaz de cortar la corriente, estaba en todos lados, era el grito de la soledad y el odio que solo el infierno consigue. Llegó hasta el favorito de la muerte y descargó un golpe secó con la empuñadura de su espada en el cráneo ensangrentado, las cuencas apagaron su fuego púrpura poco a poco y todo su cuerpo se convirtió en polvo que se perdió en la ligera corriente que soplaba. Había caído el último participante del juego, era el ganador.
El lugar deshizo su mentira acuosa y dejo ver por fin el único sitio en el que siempre había estado: el infierno. Era contemplado por la malignidad de varios señores y el propio Lucifer. Tambien estaban en diferentes puntos de una enorme celda cada participante del juego con sus propios tormentos reservados. Con un breve aleteo de sus seis alas negras Satán llegó hasta él, encarándose a su lado acercó su rostro calcinado y dejó un beso en el costado del yelmo. En ese instante muchas sensaciones mezcladas lo invadieron, el dolor del pentagrama quemando la piel y el de ser degollado por las terribles garras del jaguar, el del ser primordial con el pecho destrozado que se perdía en el frío de las aguas oscuras, la tortura del inquisidor, la separación del cuerpo entre dos corrientes de viento, el pánico en el instante de morir, la impotencia eterna ante un engaño de orden, la cobardía de la debilidad insuperable y la violación de una niña. Gritaba de manera frenética mientras los señores del infierno se burlaban, a una seña de Luzbel todos callaron:
-Te dije que te odiaba más que a nadie, tu castigo no es nada comparado con el mío ¿no deseabas esto? Ellos estan a tu disposición, tortúralos a tu gusto eternamente, descarga tu odio. Pero el precio es que todo lo que ellos sufran yo te lo vendré a cobrar a ti de forma acumulado cuando menos lo esperes. Este es el premio del juego, disfrútalo mi elegido.

Él tortura, quema, golpea, rasga, corta, observa, aun a sabiendas de que todo ese dolor es para él, es de él. Y sin embargo no puede hacer nada sino odiar más y más, es su castigo y es su premio. Es su elección.



Visión del Arcángel Uriel sobre
el decimosexto Juego
Sede: Ciudad de México