Primer capítulo del juego
Invitación
Era impactante verla ahí colgada del poste, con sus senos de prostituta flácidos y marchitos, aun más marchitos por el escarlata del que estaban teñidos, como todo su cuerpo. Los ojos se hallaban desorbitados y totalmente en blanco, su cabellera negra estaba enmarañada, finalmente del cuello degollado aun seguía fluyendo la sangre en su lenta carrera para estrellarse contra el piso.
Las patrullas iluminando alternativamente de azul y rojo daban un aspecto todavía más macabro al cadáver. Algunos policías trataban de bajar el cuerpo mientras otros intentaban detener al grupo de reporteros que iluminaban la escena con el destello de sus flashes. Llegó el teniente Damián Reyes abriéndose paso entre los reporteros y los demás policías, miró cadáver una vez que se halló en el suelo y su rostro hizo una mueca de asco.
-Súbanla a la ambulancia –ordenó- le vamos a practicar la necropsia. Ya saben acordonen el lugar.
Subió con desgano a su automóvil <> pensó mientras lo encendía. Después, como autómata, siguió a la ambulancia hasta la morgue de la delegación para esperar los resultados. Pidió un café para mitigar la espera y el frío de la madrugada. Cientos de pensamientos se agolparon en su cerebro ¿Qué clase de venganza podía terminar de ese modo? ¿Tendría que ver con algún cartel de drogas? ¿Ó serían otra vez los narcosatánicos? Si no ¿qué clase de loco hubiera podido cometer ese crimen? Cada pregunta solo le generaba más dudas.
Por fin salió el médico forense que le pidió pasara a ver los restos. La mujer tenía alrededor de 37 años, era alta, de tez blanca, cabello negro y ojos oscuros. Según la averiguación previa se llamaba Victoria Flores “la güera”, o cuando menos ese era su alias, el nombre real era desconocido. Era una inmigrante alemana con varios años de estancia ilegal en México. Se le vinculaba con la venta de cocaína en varios cabarets, lo cual hacía suponer que el móvil era una venganza. Presentaba una herida hecha con arma blanca en todo lo largo del cuello y al parecer había sido hecha unos minutos antes de que el cuerpo fuera localizado. Un examen sanguíneo reveló presencia de cocaína en la sangre. Pero la atención de Reyes se centro particularmente en una marca con forma de un pentagrama en la parte media de la espalda, un poco más abajo de la base del cuello. Parecía haber sido hecha con un hierro al rojo vivo al modo como se marca al ganado. Además tenia la peculiaridad de hallarse invertido.
-¿Y esto?- señaló visiblemente intrigado
-Ah, eso. Ya ni siquiera respetan sus cuerpos -respondió el médico algo distraído mientras tomaba fotos a la víctima- he visto tal cantidad de cosas aquí que ya casi nada puede sorprenderme teniente. Tome envíelo al laboratorio de fotografía para que lo revelen- dijo al tiempo que entregaba el rollo y lo conducía a la puerta.
Nuevamente hubo tiempo para tomar café, casi terminaba su turno, había sido una noche demasiado larga, así que no quiso quedarse a ver las fotos ahí mismo, además no quería escuchar los estúpidos comentarios del fotógrafo que pretendía hallar siempre belleza artística en las fotografías de los cuerpos.
Llegó a su departamento a las cinco y media de la madrugada, su esposa aun debía estar dormida, se asomo rápidamente a la alcoba y en efecto así era, volteada con sus rizos castaños cayéndole sobre la espalda. No quiso despertarla, se metió en la cama sin hacer ruido para ganar algunas horas de sueño antes de que comenzaran las averiguaciones. Se despertó a las diez y media, su esposa ya no estaba pero le había dejado el desayuno servido con una nota: “Salí al super, nos vemos al rato”. Mientras desayunaba vio de pasada las fotos y pensó un poco en el caso, aterrador y extraño, realmente extraño.
Salió directo a la Delegación y ya le tenían averiguado el domicilio junto con una orden de cateo, el lugar estaba en una colonia miserable, una zona catalogada como de particular delincuencia, cerca de la Lagunilla, no era de extrañarse. La fachada de la casa era de un rojo oscuro, pero muy sucio y gastado, escarapelada en algunas partes. Se notaba a leguas que era vieja. Aunque hubo que forzar la puerta con ayuda de un cerrajero por fin logró entrar. El interior era caótico, ropa tirada, muebles rotos y desordenados, algunos libros y hojas sueltas con trazos ilegibles, en general todo era sucio y viejo. En el piso, al centro de la alcoba principal, había muchas velas negras con la cera semiderretida, alrededor estaban cinco cráneos tan pequeños que solo podían pertenecer a niños con pocos meses de vida, eran extremos de un horrible pentagrama trazado con sangre. En un mueble lleno de fetiches y objetos de brujería -tantos como el más surtido de los puestos del mercado de Sonora-, encontró un libro con la misma caligrafía delirante y algunas láminas horribles trazadas a mano. Junto a este estaba un paquete que contenía un kilo de cocaína, decidió dejarlo como evidencia y llevarse el libro para estudiarlo sin dar parte a nadie, con esto ya tenían suficiente hasta para la prensa amarillista. Que festín para los del “Alarma”.
Revisando más detenidamente el manuscrito se dio cuenta de que tenía una hoja suelta más o menos a la mitad y que de hecho esta era distinta a las demás. Solo contenía una dirección de internet: www.jvego.genha.
-Vaya, una prostituta cibernética -dijo en voz alta dibujando una sonrisa sarcástica- tengo que ver esto por mi propia cuenta.
Fue directo a la delegación y trató de entrar varias veces a esa dirección pero todo lo que aparecía era un mensaje con letras blancas y pequeñas sobre un fondo negro: acceso denegado.
-Puta madre- vociferó al tiempo que golpeaba en el escritorio justo en el sobre de las fotografías, estaba cubierto de un liquido extraño. Lo rompió, todas las fotos estaban manchadas también. Después todo resultó más claro, eran letras... foto 1: No se meta con nosotros... foto dos: Puede salir lastimado... foto tres: Usted o alguien más. Súbitamente estas empezaron a arder ante sus ojos y por fin pudo darse cuenta de que lo que las manchaba era sangre, pues sus miró sus manos que estaban totalmente impregnadas.
Trató de gritar y sus gemidos se atoraron en su garganta, se quedó pasmado unos segundos y después corrió a lavarse. Trató de contar lo ocurrido pero nadie recordaba ninguna mujer colgada de un poste. Insistió bajar a la morgue a ver los cadáveres pero no estaba entre ellos. En ningún periódico –ni siquiera en el “Alarma”- se mencionaba siquiera de paso el incidente, tampoco apareció en ningún otro medio. Era como si toda prueba se hubiera incendiado junto a las fotos. Quiso salir huyendo pero alguien lo detuvo. Lo tomó del brazo y con una voz profunda y de marcado acento extranjero –italiano para ser más preciso- pero sumamente firme le pidió que se calmara. Tardó un poco en salir del choque, pero al fin pudo mirarlo bien, era alto y corpulento, de más de cincuenta años, el pelo cano y el rostro severo. Con una mirada que penetraba hondo. Llevaba una sotana puesta pues era sacerdote.
-Padre me quieren volver loco- dijo presa de la desesperación.
-Esta a punto de enfrentar cosas terriblemente duras teniente.
-Usted lo sabe, son ánimas, esto es cosa de brujería.
-No es lo mismo tratar con espíritus que con demonios.
-¡No, yo no voy a tratar con nada! Quédese usted con sus demonios si quiere ¡Yo me largo!
-Adonde podría huir que no lo alcanzaran –le replicó con gran calma-, además otros podrían caer en peligro.
-Se refiere a mi...
-Usted lo sabe mejor que yo, pruebe otra vez la misma dirección. Después se alejo con la noche que ya había cubierto la ciudad.
Entró de nuevo a su oficina, no había nadie más. Insertó la dirección nuevamente y esta vez el acceso le fue permitido, la pantalla tardó en aparecer unos segundos que le parecieron eternos, pero lo que se dibujó frente a sus ojos lo dejó petrificado, era una foto de la mujer colgada del poste con un mensaje: “Bienvenido al rincón de los juegos señor Reyes” el mensaje cambió “Es, muy persistente eso nos agrada, pronto recibirá su invitación oficial para El juego”. A esto le sobrevino un apagón general en el ministerio.
-Mierda, esto no esta pasando, esto no esta pasando- murmuró. Cerró los ojos como para negarlo todo. En su mente apareció sin cesar el pentagrama, redibujándose continuamente de forma que siempre era distinto pero que también siempre le causaba el mismo horror. Después sus líneas se desdibujaron hasta formar lo que claramente era la puerta de su departamento. No lo comprendió del todo pero corrió hasta el estacionamiento. Subió a su auto y llego a toda prisa a su departamento cruzándose cualquier cantidad de altos, después de todo era policía y llevaba la torreta puesta. Aun así estuvo a punto de chocar varias veces.
Subió corriendo los tres pisos de escaleras casi convulso. No podía sostener las llaves, las manos le temblaban. Al fin consiguió atinarle al cerrojo y con sus pocas fuerzas abrió la puerta. Para su sorpresa todo estaba en perfecto orden, los muebles en su lugar, ningún adorno movido, ni siquiera algún cuadro chueco. Todo relucía tan limpio que daba la impresión de ser nuevo. Suspiro un momento diciéndose que todo eran supersticiones y tonterías. Pasó a la cocina, también en perfecto orden salvo por una nota en el refrigerador: “Te espero en el cuarto amor, te tengo una sorpresa muy especial”. Se desajustó un poco la camisa y mucho más relajado llego a su recamara, abrió la puerta y sus ojos no podían creer lo que miraban. El cadáver de su esposa con el cuello degollado y el pentagrama en el pecho hecho con una marca como de herraje. En la pared con su sangre estaba escrito este mensaje: “Queda cordialmente invitado al juego”. Un alarido se escapó de su boca, después se desmayó.
Cuando despertó se hallaba en una estancia totalmente desconocida, la penumbra se adueñaba del sitio salvo por los tenues destellos de una lámpara. Poco a poco comenzaron a dibujarse en sus ojos contornos de objetos más regulares, muebles, cuadros, algo parecido a un crucifijo y una figura humana acercándose vestida de un tono más oscuro que las sombras del cuarto. El color de aquella sotana lo devolvió con violencia a la realidad, haciendo que su mente se llenara de escenas desconectadas unas de otras en apariencia, pero que en realidad tenían un hilo conductor que atentaba contra su cordura. La sangre que caía de un cuello degollado y marchito, destrozándose en la banqueta, un manuscrito delirante con láminas que narraban ritos blasfemos y condenados por todos los siglos. Una pantalla que exhibía un cuerpo muerto como un tipo de macabra diversión. Un cuerpo más... que deseó fuera ajeno a este tiempo y dimensión, pero que sabía como algo suyo y tangiblemente muerto; y el horrible herraje, una forma temible que se dibujaba en su mente rehaciendo sus contornos de una manera odiosa y tenaz. Imágenes que lo dejaban irremediablemente solo, con una realidad que aunque quisiera rechazar lo marcaba, de forma tan fija como la mirada del hombre que tenía enfrente.
-Despertó por fin teniente.
-Usted tiene la culpa, ella era lo que más amaba en el mundo y ahora esta... – un nudo en la garganta le ahogaba la voz, humedeciendo sus ojos y crispando sus manos.
-Fueron ellos quienes se la arrebataron, no yo. Por alguna extraña razón lo quieren en ese juego y lo van a obligar a participar, vea esto -le mostró el libro que se había llevado de la casa de la prostituta-, no tiene idea de la clase de objeto que es, convoca a un demonio muy poderoso, es algo que no debe caer en cualquier mano. Sin embargo ella lo tenía en su poder, aun no sé como... quizá comenzó antes de que me diera cuenta. Mencionó esta última frase con un terror visible en los ojos a pesar de su intento por simularlo.
-¿Empezar qué? No sé de que habla, déjeme ir- dijo contagiado del miedo en la expresión del sacerdote. Se levantó para huir del cuarto pero nuevamente fue detenido por el pesado brazo.
-No se vaya, después de todo ya no hay nada que perder, ellos se la arrebataron, así como arrebataran más vidas si los deja ganar. Es necesario que por lo pronto se quede.
-¿Y como quiere que yo entre en ese maldito juego? No conozco nada de magia, ni de demonios, ni ritos y mucho menos tengo poderes.
-Es cierto, pero debe tener inmenso potencial, por algo lo eligieron.
Sonó el timbre de la casa varias veces, por algún extraño motivo supieron que eran ellos. <>.
De nuevo quedó solo, aturdido por la sospecha y sumamente confundido. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra del cuarto. Se acercó a la mesa donde estaba el libro tan temido por el padre. Aproximó lentamente su mano pues sentía una atracción casi magnética hacía el extraño objeto, al momento de tocarlo un vapor azulado y resplandeciente comenzó a emanar de él. En el acto retiro su mano, con eso el resplandor cesó. Se quedó paralizado ante tan inverosímil luz y el sacerdote lo halló en el éxtasis del miedo.
-Teniente observe esto- despertando de su parálisis momentánea volteó solo para quedar más aterrorizado, ya que vio un estuche de piel (que se asemejaba de manera nauseabunda a la piel humana) con el temido pentagrama grabado. Con una angustia indescriptible por fin develó el contenido.
-¿Un videocasete? –murmuró- ¿Pero qué diablos contiene?
-La video está en la sala, sígame por favor.
La casa era evidentemente antigua, sus formas caprichosas envueltas en la sombra sugerían un ambiente lúgubre que aumentaba la incertidumbre generada por el misterioso contenido de la cinta. Las luces de la sala se encendieron. La decoración era sobria pero sumamente elegante, la televisión y la videocasetera estaban en un mueble de madera, que tallaba en sus puertas el signo del alfa y el omega entrelazados por una cruz.
Al insertar el videocasete apareció la imagen de una calle desierta y sumamente oscura. La luz amarillenta de los postes apenas permitía una mínima visibilidad. Enfocando bruscamente hacía la derecha pudo verse una silueta, la leve luz reflejó las grecas doradas de su vestimenta, su penacho de blancas plumas de garza desafiaba la noche de la ciudad de forma grotesca. Su rostro estaba pintado de negro y amarillo con franjas negras, lo cual tenía el significado mágico de unirlo a Tezcatlipoca. Pero sus ojos eran lo que más causaban conmoción, pues eran terriblemente negros y oscilaban como una obsidiana humeante. Eran los ojos estelares de Mictlantecuhtli.
La cámara giró de forma repentina enfocando otra silueta, que al aclararse revelo tras sus contornos evidentemente femeninos una identidad que paralizó de pavor al teniente: era la mujer colgada del poste. Ambos se observaron con mucha cautela.
-¡In nomine Dei nostri Lilith, Regina Exelcis! -comenzó gritando la mujer con su alta tono germánico. Escúchame oh, poderosa y acude a mi llamado, convierte mi cuerpo en una monstruosa máquina de aniquilación que separe los fragmentos de mis enemigos, yo te he tomado como parte de mí misma. Favorita del soberano de los infiernos, madre de los incubos, acuda a mí tu escalofriante forma- su cuerpo se puso sumamente rígido y sus ojos se voltearon hasta quedar en blanco, parecía estar en un profundo trance. Frente a ella aparecieron vapores azulados y fosforescentes igual a los que había despedido el libro, pero estos tenían una exorbitante presión, de hecho algo brotaba, era una figura como de dos metros y medio, con cabellos largos y tiesos por los que giraban los extraños vapores. Era también muy corpulenta y con los huesos deformes. Era una aberración espeluznante, fuera del alcance mental de cualquier cosa vista con cordura, pero aquel que estaba vestido como los antiguos sacerdotes mexicas ni siquiera se inmutó. Con voz ronca y desgarradora pronunció raras sentencias en nahuatl, de las que solo lograron entender Mictlán y nahual. Su rostro fue nuevamente enfocado y ¡por Dios! No era más un rostro humano, más bien era uno de facciones animales, era el rostro de un jaguar. Moviéndose con felina habilidad llegó hasta donde estaba el engendro convocado por la mujer desde el abismo, rigidizó los dedos de sus manos mientras sus uñas crecían de forma desproporcionada hasta formar unas garras terribles y gruñó. El engendro lo atacó con sus largos brazos con una habilidad que no se hubiera esperado de algo tan grande, pero el hombre-jaguar esquivaba todos los golpes con demasiada facilidad. Hizo una larga cortada en el rostro deforme y otra en el pecho, pero el monstruo femenino seguía atacando cada vez con más ira, por fin uno de sus golpes lo alcanzó empujándolo de tal forma que se estrelló contra una pared cercana, trató de tomar ventaja atacándolo mientras aun estaba en el suelo, pero de un terrible salto fuera de toda posibilidad humana sobrepasó la altura de la proyección monstruosa quedando justo frente al cuerpo en trance, de un tajo seco de su mano, como navaja, degolló el cuello de su víctima. El ser que estaba detrás calló de rodillas mientras la tensión y el calor horrible de los vapores derretían su piel, para luego desaparecer por completo. Agonizante la mujer pudo contemplar con horror supremo el inhumano rostro de su verdugo en el momento que alzó su mano hacía los cielos.
-Al Mictlán- rugió con potencia bestial mientras que el pecho de la mujer se abría en el sitio donde estaba su corazón dejando escapar toda su energía vital que el nahual atraía desde su mano. Cuando esta se terminó tomó el corazón y con vehemencia lo devoró para asegurar que toda la energía fuera para sí. Después la herida se cerró mágicamente.
El nahual se alejó corriendo medio encorvado de forma que su aspecto no era ni totalmente felino ni totalmente humano. Tras esto apareció un mensaje: “Te queremos a ti Reyes, solo. Metro barranca del muerto 12:00 p.m.”. Aquí terminaba la cinta, pero al regresarla no había nada, estaba totalmente borrada.
-Tienes que ir –le dijo el sacerdote- sino de todas maneras vendrían por ti y te matarían. No conoces el alcance de esto. No había salida de alguna forma u otra debía enfrentarlos, aunque no supiera como pues carecía de cualquier clase de poder oculto.
-Deme su pistola- le dijo el sacerdote. Cuando la tuvo en sus manos comenzó un ritual muy arcaico -probablemente de la edad media y reservado para las altas jerarquías- haciendo varias veces el signo de la cruz y pronunciando sentencias en latín, sánscrito y griego.
-Es todo lo que puedo hacer por usted, su auto está en la puerta, que la sombra divina del Señor lo cubra. Extendió su mano y le dio la bendición.
Antes de subir a su auto algo muy extraño le ocurrió, pues su arma brilló durante algunos instantes con una inusitada incandescencia blanca que iluminaba varios metros alrededor de ella. Pensó que era obra del extraño ritual del sacerdote, tal vez no todo estaba perdido.
Aparentemente se hallaba en el norte de la ciudad, en Lindavista o en alguna colonia de ese rumbo. Eran las once de la noche, pero las calles estaban extrañamente solas, como si la ciudad se hubiera despoblado mientras manejaba. A lo largo del trayecto pensó en su esposa, se la habían robado, probablemente aquel ser mitad hombre, mitad jaguar o quizá algo peor. Pero nunca dejaban huellas, como las fotos o el cuerpo de la mujer, incluso la mente de todos en la delegación, seguramente habían borrado del mapa el cadáver de su esposa.
Finalmente llegó a la estación, desierta totalmente y sin barreras que le impidieran de forma alguna el paso. Solo sus pisadas rompían el silencio sepulcral del sitio. Conforme iba descendiendo la profunda estación, se fue encontrando con que las paredes estaban decoradas con diversos signos, sobre todo cruces y diversas pinturas parecidas a las de Chagall y Miró, que representaban santos cristianos y otra clase de entidades más oscuras, muy frecuentemente vestidas con sombreros de copa y frac. Llegó al anden en el momento justo para ver los dos últimos trenes cruzándose, como dirigiéndose cada uno al infinito pero en sentidos opuestos, cuando ambos se perdieron totalmente, del otro lado del andén estaba una mujer con un largo vestido blanco, su piel se erizó al reconocer quien era: la prostituta colgada del poste asesinada por el shamán nahuatl. Se quedó petrificado mientras ella descendía a las vías con movimientos inhumanos, acercándose a él. Cuando trepaba el otro anden apuntó su arma directamente hacía su rostro, con su primer tiro destruyó la orbita ocular y parte del cráneo, por su cara escurrían los residuos oculares y partes del cerebro mezcladas con el poco de sangre que aun no perdía su cuerpo. Pero eso ni siquiera se calló ni se detuvo, sino que avanzó más directamente hacia él. Fuera de sí mismo la golpeo en el rostro con la cacha de forma furiosa ocasionada por el pánico. Aquel semblante quedó destruido, totalmente deformado, una cruel parodia de lo que alguna vez fuera un rostro humano. Con esto por fin pudio derribar el cuerpo, pero tras breves instantes se levantó para perseguirlo de nuevo con su espeluznante rostro de pesadilla.
Con indescriptible pavor salió huyendo, corrió por toda la estación y dejando atrás incontables escaleras, hasta que a la mitad de unas muy extensas fue detenido por el frenesí del tamborileo y los cantos, el brillo de las flamas, los signos mágicos dibujados en todas las paredes y la riza estrepitosa del hombre que como una especie de macabra maldición le era horriblemente familiar.
-Bienvenido a la ceremonia Reyes –hizo sonar su voz por sobre el estrépito de la música- no me recuerdas. Ah si, yo sé que todos ustedes hablaban a mis espaldas con morbosa repulsión, pero eso que ustedes rechazan con asco es para mí el más grande de los placeres, el único capaz de llevarme al éxtasis verdadero. El exquisito vértigo que me produce es la única forma de sentirme vivo, el frío de los cuerpos es el calor que arde en mí, la rigidez es el goce de mi tacto, su muerte es mi vida. Solían llamarme necrófilo ¡Bah! Termino vulgar elaborado por la simpleza de sus mentes débiles y obtusas. Ya no se atreverían a decir lo mismo ahora que poseo el poder de los Guedes, pronto encontrare mi imperio entre los no vivos y los dominaré. Tu has visto solo el comienzo, es más, incluso podrás servirme una vez que hallas muerto.
Tras el pálido cristal de los lentes que cubrían el rostro de aquel hombre, se encontró con los ojos negros y ligeramente rasgados –pero ciertamente llenos de malicia- del fotógrafo del ministerio. Entonces era cierto, pero la realidad rebasaba las expectativas de la más descabellada de las murmuraciones.
-Reyes, Reyes... tenias que estar tu entre lo elegidos, por cierto ¿Cómo está tu esposa? Disculpa como pude olvidar siquiera por un momento que yo fui el que la asesine. Pero como pensé que después de todo tu no querrías separarte de ella la traje de vuelta tan solo par ti, mírala tan pequeña y frágil, luce mucho más bella así ¿No te parece?
Detrás de la figura de una gran cruz que estaba en la parte más alta de los escalones apareció una figura más, que no imagino ver ni en la más cruel de sus pesadillas, su esposa estaba ahí caminando de nuevo y repegándose al cuerpo de aquel maldito hechicero.
-No se como era contigo en la cama, pero conmigo ha sido la más ardiente de mis muertos.
-Maldito, ¿cómo lo hiciste? –dijo Reyes crispado de ira.
-Es el poder que me da la hechicería, el vudú de mano izquierda, los Loas de la muerte me han elegido y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. La más macabra carcajada que jamás había escuchado se escapó de su boca, su riza estridente cubrió todo el lugar mucho más que la música o cualquier otro sonido.
Los zombis que tocaban los tambores aumentaron de varias veces el ritmo de las percusiones, algunos otros bailaban en estado de posesión, incluida su esposa. Sus rizos se movían a un ritmo casi hipnótico mientras sus ojos grises y apagados se perdían en algún lugar lejano que todo lo atravesaba. El fotógrafo comenzó a cantar en un idioma perteneciente a las antiguas selvas africanas, para él incomprensible pero que conocía de antemano maldito para todas las eras. Empezó a realizar extraños movimientos con las manos hasta que quedaron totalmente extendidas hacía el frente, al mismo tiempo sus ojos se fueron tornando blancos hasta que perdieron toda forma las pupilas. El pálido cuerpo de su esposa se puso extremadamente rígido tambien, se elevó del suelo unos treinta centímetros y luego descendió bruscamente, se dirigía hacía él, pues los movimientos de las manos del hechicero delimitaban sus acciones como una funesta marioneta.
Pero Damián esta vez no sintió ni aversión ni miedo, sino una creciente ira que recorrió su cuerpo acumulándose en sus ojos y en sus manos, en su boca apretada, hasta que por fin logró tomar su arma y apuntar directo contra el nigromante; el cadáver de su esposa se dirigía de forma segura hacía él con un brillo asesino en sus ojos grises y con una sonrisa que solo un demonio podía articular. La pistola refulgió con la extraña luz intensa que vio fuera de la casa del padre tras aquel extraño rito, concentrándose potente en un solo tiro que atravesó al odioso hechicero justo en medio de los ojos. El cuerpo rodó escaleras abajo estrellándose así el cráneo que dejó derramado un montón de masa encefálica entremezclada con sangre. El cuerpo de su esposa y el de los demás zombis perdieron fuerza y también se desplomaron.
Con sus ojos anegados en lágrimas y los hombros abatidos, sin voltear atrás, Reyes emprendió el retorno a la superficie, sin tomar conciencia de que había logrado su primer avance en el juego.
Era impactante verla ahí colgada del poste, con sus senos de prostituta flácidos y marchitos, aun más marchitos por el escarlata del que estaban teñidos, como todo su cuerpo. Los ojos se hallaban desorbitados y totalmente en blanco, su cabellera negra estaba enmarañada, finalmente del cuello degollado aun seguía fluyendo la sangre en su lenta carrera para estrellarse contra el piso.
Las patrullas iluminando alternativamente de azul y rojo daban un aspecto todavía más macabro al cadáver. Algunos policías trataban de bajar el cuerpo mientras otros intentaban detener al grupo de reporteros que iluminaban la escena con el destello de sus flashes. Llegó el teniente Damián Reyes abriéndose paso entre los reporteros y los demás policías, miró cadáver una vez que se halló en el suelo y su rostro hizo una mueca de asco.
-Súbanla a la ambulancia –ordenó- le vamos a practicar la necropsia. Ya saben acordonen el lugar.
Subió con desgano a su automóvil <
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