Cuarto capitulo
(La otra razón de ser nahualdivino)
Nahual Divino
Nahual Divino
En otro sitio que tal vez sería difícil precisar del todo, alguien despertaba de un trance para poder entrar en otro más profundo aun. El humo de los braseros de copal se dispersaba enviando su ofrenda perfumada a otra región y mostrando por fin a un personaje particular, con el rostro pintado en franjas amarillas y negras, el cabello cortado en dos aguas como los guerreros y con penacho de plumas de garza. Su traje estaba cubierto de negro y dorado, era a la vez el de sacerdote y de guerrero. Abrió sus ojos, que hubieran pasado fácilmente por dos fragmentos del cielo nocturno atrapados y que le había regalado Mictlantecuhtli, el señor de los muertos. En ellos estaba plasmada una expresión de miedo, no aquel que se siente contra lo infundado y lo que acecha en las sombras, no, algo más instintivo, el miedo que aguza todos los sentidos, dilata las pupilas y libera el sudor frío, el miedo ante la aniquilación inminente. Lo había visto todo en su trance, la impresionante metamorfosis madurada con las torturas más terribles a las alguien puede someterse. Supo que esto iba a ocurrir desde el momento de ser detenido por una mano descarnada y colosal cuando estuvo a punto de asesinarlo y dejar que sus restos se consumieran en el fuego. Su solo contacto le demostró su gran poder, y si ese era su elegido no sabía en realidad contra que se enfrentaba, quizá la más dura de las aniquilaciones. Pero él no lo permitiría, aun le quedaba la oportunidad de demostrar al fin toda la fuerza que estaba a su alcance, toda su crueldad, incluso podría robarle su alma y devorarla, la incorporaría a su ser para obtener más fuerza y más vida. Se haría superior a todos los demás y ganaría. El premio al final de todo era su meta máxima, algo con lo que todos ahí siempre soñarían. No podía fallar, después de todo él era también un elegido.
Se quedo mirando un momento la inmensa noche oscura y su mirada tuvo un destello que se perdió en el vacío de sus ojos estelares, de sí mismo y de la tierra y comenzó el viaje. Un viaje largo, lejano, el trayecto de los cuatro años en tan solo unos segundos, las sendas del descanso eterno, el camino que su alma conocía ya tan bien, viajando como un veloz destello. Primero el río caudaloso y tenaz, frío y sobrecogedor, incontenible en su cauce, las almas luchaban contra él ayudadas con sus perros, tragándose con sus desesperados gritos su clamor de agua salvaje.
Después atravesó el estrecho entre las dos montañas heladas, el camino era tan angosto que solo podía cruzar uno a la vez. Y la procesión de almas en pena era inmensa, iban desnudos y el frío les congelaba el alma y entre la desesperación algunos golpeaban furtivamente a los que tenían enfrente para abrirse paso, el camino se tapizaba igualmente de los caídos, eran pisados inmisericordes y el frío los atormentaba aun más, pero no podían morir, ya estaban muertos.
Luego la montaña de obsidiana, escarpada y sin sendas fijas, cortante, terrible. Algunos trataban de escalarla y se herían el cuerpo duramente, los más tenaces continuaban desperdigados en lugares y alturas distintas, guiados por un sentimiento extraño que no alcanzaba a comprende.
Inmediatamente un llano árido y vacío de enloquecedoras proporciones, solo llenadas por un viento helado y más cortante aun que la obsidiana, aquí ni los inmensos clamores de las almas dolorosas podían callar al viento que rugía incesante desde hace incontables eras.
A continuación el sitio donde los que han logrado pasar hasta este punto se agrupan en extraños ejércitos furiosos y sus banderas ondean orgullosas e imponentes, preparándose para el siguiente sitio, donde las guerras se llevan a cabo caóticas y sin fin desde tiempos inmemorables. En el que las flechas surcan a cada momento el cielo y se amontonan en la tierra como hierba en el campo. Otros ejércitos avanzan aun más allá, al lugar donde habitan las fieras alimentándose de corazones humanos, bestias quiméricas con lo más destructivo de las especies de la creación. Pero ni aun ellas superaban su ansía devoradora de almas.
Enseguida las piedras que flotan en el vacío, donde tan solo unos cuantos osados avanzan de isla en isla, cerca ya del fin, varios caen y sería difícil precisar donde es que sus almas terminan.
Al fin se encontró ante su presencia, su cuerpo cubierto de huesoso humanos y su rostro enmascarado por un cráneo, con una orejera hecha tambien con un hueso humano. Su pelo era encrespado y negro, pero quizá lo más impresionante eran sus ojos estelares, iguales a los suyos pero con una maldad infinitamente superior. Su atuendo era el más majestuoso, como los signos qué en los códices mexicas se representa al temido dios de los muertos.
-Mictlantecuhtli, señor, aquí está tu elegido -clamó por fin-, libera mi máxima fuerza, dale a mi alma el privilegio de que coexista con el nahual sagrado, el tesoro de la novena región de los infiernos: el poderoso jaguar –esperó contemplando por un momento el rostro malvado y enigmático del señor de los muertos, luego sintió una ligera sacudida en los pies, que fue aumentando en intensidad de manera progresiva y constante, hasta convertirse en un terremoto ensordecedor. Tan súbito como llegó, cesó de pronto, todo a su alrededor había desaparecido también dando la impresión de un vacío oscuro. A lo lejos una luz dorada comenzó a emanar de lo que al parecer era una grieta, movió su ser astral hasta ese sitio, lo segador de la irradiación le impedía hallar lo que se encontraba en sus profundidades. Pero al cabo de unos momentos algo más sólido que la luz comenzó a fluir por el torrente dorado. Tomó forma poco a poco, majestuosamente dibujándose ante su asombro y su miedo. Descendió ya formado con gracia y lentitud, altivo y soberbio como solo podía serlo algo que tomara conciencia de ser un maligno tesoro. Paseó su vista sobre todo el vacío extendido y después reparo con interés desdeñoso en la figura astral, rugió con toda su potencia ensordecedora y dio un salto veloz como un trueno, se volvió nuevamente una forma de luz, rodeó primero a la figura astral y comenzó a fluir entrando por su pecho, volviéndose uno con él como todas las almas que había devorado, discerniéndolas a todas y acabando con lo último de individuales que les restaba, liberando el poder en su forma justa y sumándolo al suyo, al de ambos, y después al de la forma ya única que había que había formado, un ser puro que no era ni hombre ni jaguar, una especie única, el verdadero nahual divino.
Sin duda lo que obligaba a Reyes a moverse no era la conciencia, más bien su cuerpo buscaba algo que lo ligaba con su pasado, (que en este momento le era totalmente desconocido, pero que tendría que alcanzar en algún momento) Un pasado sin duda lejano, ligado al objeto más impuro de la tierra, la muerte de su esposa y ser un favorito. El camino hacia su verdadero destino era aun distante y entre sus lágrimas y la lluvia solo quedaban reflejados vagamente algunos de los ennegrecidos destellos de la armadura.
El nahual abrió los ojos, ahora centelleaban una energía dorada, el lugar estaba iluminado por una serie de llamas que proyectaban una luz terriblemente roja. Era como si los templos se hubieran alimentado con la sangre de miles sacrificios a la vez, los jaguares, los atlantes, las serpientes emplumadas, los cráneos, las grecas, todas las estatuas daban la impresión de haber sido bañadas con la sangre de miles de asesinatos y su testimonio mudo solo delataba una indiferencia de roca. Era algo espléndido y macabro, hipnótico, eran sus verdaderos dominios. Pero algo los mancillaba lo supo al instante, había llegado el momento de acabar con el intruso. Comenzó su búsqueda con movimientos de felina cautela, sin hacer ningún ruido, divisó a lo lejos primero dos puntos de luz, diminutos destellos como estrellas gemelas. Al acercarse estos crecían, se agitaban, se volvían dos abismos de luz cegadoramente púrpura: el vacío de la muerte.
Ahí estaba inmóvil con su negra túnica acariciada por las luces rojas de las llamas, su cráneo enrojecido de sangre seca, como sus manos huesudas que sostenían una gran guadaña. Comenzó a soplar un viento extrañamente calmado que arrastraba la túnica y la colmaba de susurros que lamentaban el vacío y la soledad absolutas, provenientes de los abismos de la muerte. La desesperanza de los millones de olvidados dejada entrever apenas.
Se contemplaron callados un tenso instante, los ojos púrpura del intruso contrastaban con los ojos centelleantes del jaguar, que rugió con la maldad de las nueve regiones infernales, obteniendo por respuesta la dolorosa risa acompasada de los millones de olvidados.
-Así que has despertado –habló por fin la voz sin tiempo- me han dicho que devoras almas. Veo que has evolucionado, yo también en alguna forma. Si tanto deseas mi alma ¿porqué no vienes y la tomas? Dicho esto hizo con la mano izquierda el signo de la cruz al revés.
El nahual rugió con fuerza terrible y corrió dirigiéndose de frente hasta donde se hallaba su adversario. El coro de los olvidados comenzó entonces a entonar su réquiem, lleno de sonidos temibles, cacofónicos, pero manteniendo una extraña y malévola armonía. Él no se inmutó siguió corriendo con furia dejándose llevar por su instinto asesino de bestia, embistiendo con sus terribles garras, pero solo logrando degollar una estatua, su adversario se hallaba en el sitio opuesto, justo donde él comenzara su carrera. Gruñó despacio, luego una extraña risotada salió de sus fauces.
-No esperaba menos de ti -dijo haciendo sonar su voz por sobre las del coro- tu alma será mía de cualquier forma.
Volvió a emprender la carrera con velocidad mayor, esta vez su adversario no se movió, solo alzó su terrible guadaña y dio un golpe empujando de forma terrible el aire contra él, haciéndolo volar varios metros hasta estrellarse con una pirámide. Se levantó velozmente como si el golpe no lo hubiera afectado en lo más mínimo. De su cuerpo empezó a manar una energía similar a la de sus ojos, pero de un color más opaco, dándole un aspecto majestuoso. Esta vez su carrera fue de una velocidad mucho mayor, logrando rasgar el costado derecho de la túnica sombría de su adversario.
El aire comenzó a soplar más rápido.
Embistiendo nuevamente con la misma velocidad rasgó el otro costado, aunque su adversario alcanzó a cortar con su guadaña su brazo. Su sangre tenía un brillo hermoso, rojizo como un torrente rubí, se lamió la herida con ademán felino y otra vez embistió. El golpe esta vez fue certero y le destruyó un pedazo de la parte frontal izquierda del cráneo ensangrentado, adquiriendo un aspecto aun más horrible. El contraataque apenas rozó el rostro al nahual hiriéndolo con la guadaña, instantáneamente la herida se llenó de sangre luz.
El intruso se envolvió en su capa y apareció en otro sitio para ganar unos segundos a las acometidas de su rival, se encontraba en la mitad de las escaleras de la pirámide más alta, expuesto de lleno a cientos de flamas rojas que iluminaban su túnica de modo que el efecto creado le confería un aspecto de ominosa inmensidad. Desde ahí lanzó varios golpes de viento con su guadaña, pero todos fueron esquivados y se estrellaron contra un conjunto de serpientes emplumadas que se destruyeron en mil pedazos. Esperó nuevamente el ataque de su enemigo que subía con increíble velocidad las escaleras, de pronto este dio un salto, trató de detener el choque con su arma pero las garras terribles de su adversario la atravesaron quebrándola y destruyéndole también la parte baja del maxilar. Nuevamente se envolvió en su túnica y desapareció. El nahual divino quedó atónito ante esta desaparición tan súbita, sin embargo el viento y los horribles cantos continuaban incrementando su desesperación. Repentinamente sintió una terrible presión en el cuello, el intruso estaba tras de él asfixiándolo. Trató de zafarse con movimientos convulsos y enloquecidos, pero era inútil, no podía escapar. Sintió de nuevo –aunque en grado mucho mayor- el miedo ante la aniquilación, solo que esta vez era algo totalmente inevitable.
El coro aumentó su intensidad.
El primero de los choques fue quizá el más doloroso, haciendo que todo en su cabeza temblara y se fragmentara como si hubiera estallado un cráneo de cristal, tal era la fuerza de los golpes que le intruso le conectaba con su calavera semidestrozada. Cada golpe no solo le hacía sentir el dolor de su cabeza partiéndose, sino hacía que su energía se escapara de todo su cuerpo como lluvia que resbala en una tumba, hasta que por fin en sus ojos se concentró un rayo que escapó volando hacia el infinito de la noche oscura, dejándolo de nuevo indefensamente humano, de nuevo indefenso ante la muerte.
Con su descomunal fuerza lo aventó lejos, escaleras abajo. A rastras trató de huir ensangrentando sus rodillas y sus manos con el filo de las piedras, en el momento cúspide de su espanto se halló contemplado por dos hipnóticos vórtices, remolinos voraces que lo obligaron a ponerse en pie y abrir los brazos en cruz. El réquiem del coro llegó al clímax, para este momento los sonidos eran tan terribles que algunas estatuas cayeron derribadas por el estrépito. Y sin poder moverse, totalmente hipnotizado contempló a su colosal adversario que extendió hacia el frente sus manos manteniéndolas en esa posición. Primero el contacto fue muy leve, una brisa, una caricia, luego se transformó en un choque en el pecho de dos corrientes definidas, después dos presiones insoportables cortantes y terribles que comenzaron a penetrarlo, a separar su carne. Su cuerpo entero comenzó a dividirse en dos mitades, cada una atrapada en un remolino que iba tragándose piel sangre y huesos hasta que nada quedó. Cientos de almas fueron liberadas en ese momento perdiéndose hacia todas las direcciones.
Y el coro terminó el réquiem.
Todas las llamas se apagaron dejando el sitito en la oscuridad completa, él se envolvió en su túnica y desapareció abandonando todo en soledad salvo por el viento, que en su andar iba descifrando el horror inserto en el mutismo pétreo de las estatuas.
Se quedo mirando un momento la inmensa noche oscura y su mirada tuvo un destello que se perdió en el vacío de sus ojos estelares, de sí mismo y de la tierra y comenzó el viaje. Un viaje largo, lejano, el trayecto de los cuatro años en tan solo unos segundos, las sendas del descanso eterno, el camino que su alma conocía ya tan bien, viajando como un veloz destello. Primero el río caudaloso y tenaz, frío y sobrecogedor, incontenible en su cauce, las almas luchaban contra él ayudadas con sus perros, tragándose con sus desesperados gritos su clamor de agua salvaje.
Después atravesó el estrecho entre las dos montañas heladas, el camino era tan angosto que solo podía cruzar uno a la vez. Y la procesión de almas en pena era inmensa, iban desnudos y el frío les congelaba el alma y entre la desesperación algunos golpeaban furtivamente a los que tenían enfrente para abrirse paso, el camino se tapizaba igualmente de los caídos, eran pisados inmisericordes y el frío los atormentaba aun más, pero no podían morir, ya estaban muertos.
Luego la montaña de obsidiana, escarpada y sin sendas fijas, cortante, terrible. Algunos trataban de escalarla y se herían el cuerpo duramente, los más tenaces continuaban desperdigados en lugares y alturas distintas, guiados por un sentimiento extraño que no alcanzaba a comprende.
Inmediatamente un llano árido y vacío de enloquecedoras proporciones, solo llenadas por un viento helado y más cortante aun que la obsidiana, aquí ni los inmensos clamores de las almas dolorosas podían callar al viento que rugía incesante desde hace incontables eras.
A continuación el sitio donde los que han logrado pasar hasta este punto se agrupan en extraños ejércitos furiosos y sus banderas ondean orgullosas e imponentes, preparándose para el siguiente sitio, donde las guerras se llevan a cabo caóticas y sin fin desde tiempos inmemorables. En el que las flechas surcan a cada momento el cielo y se amontonan en la tierra como hierba en el campo. Otros ejércitos avanzan aun más allá, al lugar donde habitan las fieras alimentándose de corazones humanos, bestias quiméricas con lo más destructivo de las especies de la creación. Pero ni aun ellas superaban su ansía devoradora de almas.
Enseguida las piedras que flotan en el vacío, donde tan solo unos cuantos osados avanzan de isla en isla, cerca ya del fin, varios caen y sería difícil precisar donde es que sus almas terminan.
Al fin se encontró ante su presencia, su cuerpo cubierto de huesoso humanos y su rostro enmascarado por un cráneo, con una orejera hecha tambien con un hueso humano. Su pelo era encrespado y negro, pero quizá lo más impresionante eran sus ojos estelares, iguales a los suyos pero con una maldad infinitamente superior. Su atuendo era el más majestuoso, como los signos qué en los códices mexicas se representa al temido dios de los muertos.
-Mictlantecuhtli, señor, aquí está tu elegido -clamó por fin-, libera mi máxima fuerza, dale a mi alma el privilegio de que coexista con el nahual sagrado, el tesoro de la novena región de los infiernos: el poderoso jaguar –esperó contemplando por un momento el rostro malvado y enigmático del señor de los muertos, luego sintió una ligera sacudida en los pies, que fue aumentando en intensidad de manera progresiva y constante, hasta convertirse en un terremoto ensordecedor. Tan súbito como llegó, cesó de pronto, todo a su alrededor había desaparecido también dando la impresión de un vacío oscuro. A lo lejos una luz dorada comenzó a emanar de lo que al parecer era una grieta, movió su ser astral hasta ese sitio, lo segador de la irradiación le impedía hallar lo que se encontraba en sus profundidades. Pero al cabo de unos momentos algo más sólido que la luz comenzó a fluir por el torrente dorado. Tomó forma poco a poco, majestuosamente dibujándose ante su asombro y su miedo. Descendió ya formado con gracia y lentitud, altivo y soberbio como solo podía serlo algo que tomara conciencia de ser un maligno tesoro. Paseó su vista sobre todo el vacío extendido y después reparo con interés desdeñoso en la figura astral, rugió con toda su potencia ensordecedora y dio un salto veloz como un trueno, se volvió nuevamente una forma de luz, rodeó primero a la figura astral y comenzó a fluir entrando por su pecho, volviéndose uno con él como todas las almas que había devorado, discerniéndolas a todas y acabando con lo último de individuales que les restaba, liberando el poder en su forma justa y sumándolo al suyo, al de ambos, y después al de la forma ya única que había que había formado, un ser puro que no era ni hombre ni jaguar, una especie única, el verdadero nahual divino.
Sin duda lo que obligaba a Reyes a moverse no era la conciencia, más bien su cuerpo buscaba algo que lo ligaba con su pasado, (que en este momento le era totalmente desconocido, pero que tendría que alcanzar en algún momento) Un pasado sin duda lejano, ligado al objeto más impuro de la tierra, la muerte de su esposa y ser un favorito. El camino hacia su verdadero destino era aun distante y entre sus lágrimas y la lluvia solo quedaban reflejados vagamente algunos de los ennegrecidos destellos de la armadura.
El nahual abrió los ojos, ahora centelleaban una energía dorada, el lugar estaba iluminado por una serie de llamas que proyectaban una luz terriblemente roja. Era como si los templos se hubieran alimentado con la sangre de miles sacrificios a la vez, los jaguares, los atlantes, las serpientes emplumadas, los cráneos, las grecas, todas las estatuas daban la impresión de haber sido bañadas con la sangre de miles de asesinatos y su testimonio mudo solo delataba una indiferencia de roca. Era algo espléndido y macabro, hipnótico, eran sus verdaderos dominios. Pero algo los mancillaba lo supo al instante, había llegado el momento de acabar con el intruso. Comenzó su búsqueda con movimientos de felina cautela, sin hacer ningún ruido, divisó a lo lejos primero dos puntos de luz, diminutos destellos como estrellas gemelas. Al acercarse estos crecían, se agitaban, se volvían dos abismos de luz cegadoramente púrpura: el vacío de la muerte.
Ahí estaba inmóvil con su negra túnica acariciada por las luces rojas de las llamas, su cráneo enrojecido de sangre seca, como sus manos huesudas que sostenían una gran guadaña. Comenzó a soplar un viento extrañamente calmado que arrastraba la túnica y la colmaba de susurros que lamentaban el vacío y la soledad absolutas, provenientes de los abismos de la muerte. La desesperanza de los millones de olvidados dejada entrever apenas.
Se contemplaron callados un tenso instante, los ojos púrpura del intruso contrastaban con los ojos centelleantes del jaguar, que rugió con la maldad de las nueve regiones infernales, obteniendo por respuesta la dolorosa risa acompasada de los millones de olvidados.
-Así que has despertado –habló por fin la voz sin tiempo- me han dicho que devoras almas. Veo que has evolucionado, yo también en alguna forma. Si tanto deseas mi alma ¿porqué no vienes y la tomas? Dicho esto hizo con la mano izquierda el signo de la cruz al revés.
El nahual rugió con fuerza terrible y corrió dirigiéndose de frente hasta donde se hallaba su adversario. El coro de los olvidados comenzó entonces a entonar su réquiem, lleno de sonidos temibles, cacofónicos, pero manteniendo una extraña y malévola armonía. Él no se inmutó siguió corriendo con furia dejándose llevar por su instinto asesino de bestia, embistiendo con sus terribles garras, pero solo logrando degollar una estatua, su adversario se hallaba en el sitio opuesto, justo donde él comenzara su carrera. Gruñó despacio, luego una extraña risotada salió de sus fauces.
-No esperaba menos de ti -dijo haciendo sonar su voz por sobre las del coro- tu alma será mía de cualquier forma.
Volvió a emprender la carrera con velocidad mayor, esta vez su adversario no se movió, solo alzó su terrible guadaña y dio un golpe empujando de forma terrible el aire contra él, haciéndolo volar varios metros hasta estrellarse con una pirámide. Se levantó velozmente como si el golpe no lo hubiera afectado en lo más mínimo. De su cuerpo empezó a manar una energía similar a la de sus ojos, pero de un color más opaco, dándole un aspecto majestuoso. Esta vez su carrera fue de una velocidad mucho mayor, logrando rasgar el costado derecho de la túnica sombría de su adversario.
El aire comenzó a soplar más rápido.
Embistiendo nuevamente con la misma velocidad rasgó el otro costado, aunque su adversario alcanzó a cortar con su guadaña su brazo. Su sangre tenía un brillo hermoso, rojizo como un torrente rubí, se lamió la herida con ademán felino y otra vez embistió. El golpe esta vez fue certero y le destruyó un pedazo de la parte frontal izquierda del cráneo ensangrentado, adquiriendo un aspecto aun más horrible. El contraataque apenas rozó el rostro al nahual hiriéndolo con la guadaña, instantáneamente la herida se llenó de sangre luz.
El intruso se envolvió en su capa y apareció en otro sitio para ganar unos segundos a las acometidas de su rival, se encontraba en la mitad de las escaleras de la pirámide más alta, expuesto de lleno a cientos de flamas rojas que iluminaban su túnica de modo que el efecto creado le confería un aspecto de ominosa inmensidad. Desde ahí lanzó varios golpes de viento con su guadaña, pero todos fueron esquivados y se estrellaron contra un conjunto de serpientes emplumadas que se destruyeron en mil pedazos. Esperó nuevamente el ataque de su enemigo que subía con increíble velocidad las escaleras, de pronto este dio un salto, trató de detener el choque con su arma pero las garras terribles de su adversario la atravesaron quebrándola y destruyéndole también la parte baja del maxilar. Nuevamente se envolvió en su túnica y desapareció. El nahual divino quedó atónito ante esta desaparición tan súbita, sin embargo el viento y los horribles cantos continuaban incrementando su desesperación. Repentinamente sintió una terrible presión en el cuello, el intruso estaba tras de él asfixiándolo. Trató de zafarse con movimientos convulsos y enloquecidos, pero era inútil, no podía escapar. Sintió de nuevo –aunque en grado mucho mayor- el miedo ante la aniquilación, solo que esta vez era algo totalmente inevitable.
El coro aumentó su intensidad.
El primero de los choques fue quizá el más doloroso, haciendo que todo en su cabeza temblara y se fragmentara como si hubiera estallado un cráneo de cristal, tal era la fuerza de los golpes que le intruso le conectaba con su calavera semidestrozada. Cada golpe no solo le hacía sentir el dolor de su cabeza partiéndose, sino hacía que su energía se escapara de todo su cuerpo como lluvia que resbala en una tumba, hasta que por fin en sus ojos se concentró un rayo que escapó volando hacia el infinito de la noche oscura, dejándolo de nuevo indefensamente humano, de nuevo indefenso ante la muerte.
Con su descomunal fuerza lo aventó lejos, escaleras abajo. A rastras trató de huir ensangrentando sus rodillas y sus manos con el filo de las piedras, en el momento cúspide de su espanto se halló contemplado por dos hipnóticos vórtices, remolinos voraces que lo obligaron a ponerse en pie y abrir los brazos en cruz. El réquiem del coro llegó al clímax, para este momento los sonidos eran tan terribles que algunas estatuas cayeron derribadas por el estrépito. Y sin poder moverse, totalmente hipnotizado contempló a su colosal adversario que extendió hacia el frente sus manos manteniéndolas en esa posición. Primero el contacto fue muy leve, una brisa, una caricia, luego se transformó en un choque en el pecho de dos corrientes definidas, después dos presiones insoportables cortantes y terribles que comenzaron a penetrarlo, a separar su carne. Su cuerpo entero comenzó a dividirse en dos mitades, cada una atrapada en un remolino que iba tragándose piel sangre y huesos hasta que nada quedó. Cientos de almas fueron liberadas en ese momento perdiéndose hacia todas las direcciones.
Y el coro terminó el réquiem.
Todas las llamas se apagaron dejando el sitito en la oscuridad completa, él se envolvió en su túnica y desapareció abandonando todo en soledad salvo por el viento, que en su andar iba descifrando el horror inserto en el mutismo pétreo de las estatuas.
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