Del nahual divino...

viernes, julio 22, 2005

Segundo capitulo

El primordial

“Que no está muerto aquello que puede yacer eternamente,
y con los eones por venir aun la muerte puede ser vencida”
Necronomicón

Regresó a casa del sacerdote para obtener una explicación acerca de los extraños sucesos que recientemente habían ocurrido. El padre lo esperaba a la puerta de su casa visiblemente deseoso de conocer los resultados de su encuentro. Una vez más recorrieron los senderos de aquella casa de formas caprichosas, que aun totalmente iluminada como en este momento tenía un aire de cierto misterio. Llegaron a una biblioteca con abundantes libros, mayormente de temas religiosos, en un escritorio de cedro rojo -finamente tallado con la figura de un león, un buey, un águila y un ángel, en las esquinas- estaba el terrible manuscrito hallado en el domicilio de la prostituta. Al verlo sintió nuevamente el horror de aquel ser al que le destrozó el rostro junto a todo lo ocurrido hace apenas unas horas.
-Temí que no volviera regresar nunca- dijo el párroco mientras abría el libro en una de sus páginas centrales separada a propósito- he tratado de estudiar el libro mientras usted no estuvo aquí, está escrito en su mayoría en un código solo conocido por una secta de brujas de la edad media, pero gracias a Dios contiene algunos fragmentos en latín, que seguramente pueden servir para brindarnos algunas pistas.
-Primero quiero que me explique porque está aquí y que es todo esto en que estamos metidos- le interrumpió Damián.
-Como podrá usted apreciar por mi acento soy italiano. A lo largo de mi vida y desde poco después de recibir el orden sacerdotal me he dedicado a uno de los ministerios más difíciles y delicados que tiene la Santa madre iglesia: el exorcismo. Después de más de veinticinco años de estar en los casos más difíciles he visto cosas increíbles, de las que no cualquiera podía salir bien librado. Paulo Sexto, a quien Dios tenga en Su santa gloria, me dio bendición especial, que se ha ido renovando con cada nuevo pontífice, quizá por eso siga aquí. Pero hace solo dos meses me encontré con un caso especial, el más difícil que halla enfrentado. Era una mujer que estaba poseída por varios demonios, desgraciadamente cuando la hallamos ya había matado a su esposo y a sus hijos, uno de ellos recién nacido. En cuanto logramos someterla un compañero y yo comenzamos el exorcismo, de verdad era una cosa sin duda horrible, su rostro se contraía de forma grotesca y adoptaba posturas increíbles, hacía que los objetos se elevaran y salieran disparados hacía nosotros, vomitaba grandes cantidades de sustancias increíbles como tabaco, siendo que apenas si consumía un poco de leche cada día para no morir.
Al quinto día uno de los demonios menciono la existencia de este “juego”, pero el demonio de mayor poder lo hizo callar con una voz que no había escuchado en ese exorcismo ni en ningún otro, tenía matices femeninos que la hacían aun más espeluznante. Eso me hizo recordar la existencia de un poderoso demonio, Lilith, la prostituta. La favorita de Satán y madre los incubos, el lado oscuro de la luna, un diablo habitante de la región del aire, que aparece a veces en forma de una hermosa mujer para seducir a los hombres y llevárselos al infierno, pero que en realidad es un monstruo horrible, incluso más que el que vimos en el video, haciéndome sentir escalofríos como nunca los había sentido.
En aquella ocasión la voz me ordeno detenerme en aquel preciso instante, pues aquella mujer le pertenecía <>. Dicho esto su espalda comenzó a quemarse, su piel despedía un olor acre debido a la extraña combustión, pero lo que más horrorizo fue la forma que había adquirido. En un principio me negué a creer lo que mis ojos miraban, pero era la horrible verdad, aquello tenía la forma de un pentagrama trazado perfectamente por obra del demonio que habitaba dentro de ella. Vi después como su cuerpo despedía una luz azulada y una sombra abandonaba el cuerpo para después perderse en un rincón del cuarto, mientras tanto el cuerpo se elevaba y se dirigía a la ventana para huir por ella y perderse en la noche oscura, iluminada tan solo por su odioso resplandor azulado.
Eso fue hace más de dos meses y después de largas pesquisas he hallado por fin su paradero. Al parecer ellos le crearon un pasado aquí no sé de qué forma y tampoco sé de qué modo lo involucraron en esto. Pero ya no hay manera de retroceder, solo podemos esperar para saber donde será requerido la próxima ocasión. Eso es todo lo que puedo decirle por el momento señor Reyes.
Él por su parte se quedó perplejo ante la increíble historia del sacerdote, sintió que su mente se quebraba en mil pedazos y que comenzaban a diluirse los delicados contornos que separan la realidad de la fantasía, estaba exhausto, al borde del desvanecimiento.
-Quiero descansar- dijo mientras se recostaba en el sofá más largo quedando dormido casi instantáneamente.

Nuevamente despertó entre sombras, aunque esta vez la oscuridad era mayor, hacía un poco de frío y el ambiente estaba saturado por vapores casi imperceptibles que venían desde sitios desconocidos. Cuando pudo distinguir algunos contornos entre las sombras se dio cuenta que se hallaba en un cuarto antiguo, aunque en perfectas condiciones como si allí no pasara nunca el tiempo. Su decorado le recordaba alguna mansión de la época porfiriana. De primera instancia no había nada particular en ella, de hecho se notaba que pertenecía a una persona culta y refinada. Nada del otro mundo, pero de cualquier forma algo en el ambiente le molestaba, observó más detenidamente la cama, los muebles, las cortinas, un baúl algo desgastado, hasta que algo en la pared llamó fijamente su atención y se acercó, era un cuadro con una aterradora escena: un ser extraño de horribles tentáculos, de un solo ojo en el rostro y una boca repleta de colmillos de proporciones ciclópeas -capaces de transmitir maldad como pocos seres lo harían-, estaba siendo adorado por hombres de antigua vestimenta de alguna cultura desconocida que le ofrecían seres humanos en sacrificio. Humanos que aprisionaba con sus horrorosos tentáculos mientras les arrebataba lentamente la vida.
Sobresaltado caminó hacía atrás y se desplomó sobre la cama sin poder quitar la vista de aquel cuadro. Que sinistra persona podía haber creado algo tan genialmente artístico como horripilante, era como si algún ser demoníaco pudiera plasmar una escena del infierno en un lienzo. Respiró mientras trataba de recobrar su sangre fría, después de todo era solo una pintura, además tenía que averiguar en que clase de sitio se encontraba. Inspeccionando en el baúl se encontró extraños libros escritos en idiomas raros, en lenguas olvidadas por muchos siglos. Revisando uno en particular vio una lámina con un ser similar al de la pintura, sin duda aquellos libros habían excitado demasiado la imaginación del artista y en uno de sus delirios había logrado plasmar tal horror. Tomando un poco más de valor decidió salir de aquel cuarto, un pasillo mucho más oscuro era lo que le aguardaba, lienzos aun más horribles cubrían las paredes laterales del corredor, inverosímiles orgías de horror que decidió mejor no mirar. Al finar del pasillo creyó oír un ruido que comenzaba a crecer, similar al sonido de los pasos humanos pero que parecían arrastrar un peso excesivo.
-¿Quién está ahí?- gritó con marcada desesperación, pero la respuesta que recibió no podía pertenecer a este mundo, su horrible tono se esparció por todo el corredor para después ahogarse en los rincones de la galería, el ruido de los pasos se hacía espantosamente cercano. Tomó su pistola y apunto directamente hacía la puerta la instancia se iluminó con el destello de su arma bendita. La galería adquirió todo su horror a plena luz, porque frente aquellos lienzos la penumbra era una dicha, una verdadera bendición, pero esto pasó a segundo termino porque el ser detrás de la puerta debía de ser uno de esos engendros vivo. Tres disparos más atravesaron la puerta y chocaron contra algo, otro infernal alarido colmo sus tímpanos, después todo regresó a su sepulcral silencio. Se mantuvo varios segundos paralizado, con el cuerpo temblando aun, pero haciendo acopio de valor decidió cruzar la puerta y enfrentarse cara a cara con lo que estuviera detrás de ella. Al abrirla un cuerpo estaba tirado, luces de antorcha iluminaban el lugar, pero... ¿qué clase de engendro era lo que tenía enfrente? Tenía poco más de dos metros, la piel verdosa y escamada, su cabeza alargada carecía de ojos que coronaran su frente aunque arriba de esta, un largo y agudo cuerno sobresalía. Tenía la boca llena de dientes afilados, pero sus colmillos eran mucho más largos y pronunciados. Caminaba erguido, sus manos tenían cuatro dedos largos nervudos, visiblemente fuertes y con unas garras terribles. Parecía un reptil pero carecía de cola, era algo más allá de lo que le había alcanzado en cualquiera de sus pesadillas, tal vez solo comparable con el monstruo que convocaba la prostituta. Al parecer las balas por suerte la habían atravesado el pecho, destruyendo sus centros vitales. Se preguntó que abría pasado si se hubiera encontrado con algo así vivo, tal vez ya no podría hacerse más esa pregunta.
Desviando la atención del engendro observo sus alrededores, el salón donde estaba era sumamente grande, abovedado y al parecer de forma hexagonal. Símbolos indescifrables cubrían las paredes, que quizá habían perdido sentido desde hacía mucho tiempo salvo por unos pocos insensatos que se atrevían a buscar sus contenidos malditos, pero que para él estaban totalmente vedados salvo por su sentido onírico, reservado para las partes más oscuras del ser. La bóveda estaba recubierta de un extraño metal en el que estaba tallado un ser con cabeza tentaculada, recordó los viejos libros de horror que leyera en su juventud, el rostro de los tentáculos faciales debía pertenecer a Cthulhu o Tulu, que había venido de la lejana noche del universo miles de eras atrás, cuando los dinosaurios aun no poblaban la tierra y el sol era joven. El habitante de este sitio debió de desquiciarse con tales mitos, pero ¿y el ser que estaba muerto a sus pies? Que tanto de verdad podía haber en esas leyendas. Nuevamente sintió su cordura tambalearse, trató de recobrar su aplomo, observó con atención la bóveda, arriba en altorrelieve estaba tallado Cthulhu cuidándolo todo con su maléfica visión, al lado izquierdo Shub-Niggurath, la cabra con un millar de crías, del lado derecho los globos iridiscentes de Yog-Sothoth, los monstruos míticos del maldito Necronomicón y de su culto; de frente a él una puerta tallada con un único y extraño jeroglífico y un candado. Bajo la efigie maldita de Shub-Niggurath estaba un nicho ahí dentro de una pila tallada con los odiosos símbolos estaba una llave del metal verdoso y frío con el mismo glifo que el de la puerta, en el piso había un hacha del mismo metal y una daga de jade y oro, la ciño toscamente a su cinturón y se llevo el hacha y la llave en las manos. Al acercarse al portal la llave en su mano comenzó a brillar débil pero perceptiblemente, el candado brillaba a la misma frecuencia, como si a intervalos regulares uno perteneciera al latido del otro. Al girar la llave en el candado este cayó con un ruido sordo, giró la pesada puerta sobre sus goznes pero sin emitir el rechinido penetrante y agudo que esperaba. Mirando hacía adentro divisó un lugar sumamente oscuro así que decidió tomar una antorcha para continuar. La luz apenas iluminaba de forma débil el lugar, que al parecer era una cueva que descendía algunos metros, había una especie de pozo o estanque pues mientras más se acercaba, el reflejo de la llama en el agua dejaba en entrever unas ondas con un brillo como de míticas aguas doradas. Cuando por fin terminó el descenso se encendieron de súbito otras muchas antorchas que iluminaban un lugar fantástico, donde columnas de piedra -formadas por el capricho del tiempo- se erguían como sostenes de un infernal palacio. Del otro lado del pozo estaban unas escaleras que conducían a una especie de trono tallado en la piedra de la gruta en forma basáltica. Sentado en él estaba un corpulento hombre de rasgos europeos, vestido con un traje elegante y un bastón de marfil en la mano tallado con la imagen de Yig, padre de las serpientes. Tenía una macabra sonrisa en el rostro con un matiz de horrible sarcasmo y sus ojos negros escrutaban a Reyes como tratando de beberse su horror.
-Me resulta sumamente agradable su visita, señor. Disculpe no haberlo recibido en persona pero múltiples ocupaciones me lo impidieron. Envié a mi criado pero parece que ya no estará más en condiciones de recibirlo. Pero por fin adorna mi humilde morada con su presencia, siéntase bienvenido- dijo sin remover de su rostro su desagradable sonrisa.
-¿Pero de donde demonios provino esa cosa? Sea lo que sea ¿Y qué hay con los jeroglíficos y las estatuas?
-Tantas preguntas resultan descorteces de su parte, pero le responderé. He viajado por muchos lugares que usted ni siquiera soñaría conocer, he cursado las extrañas sendas de la mítica R'lyeh donde vi seres de inmensa antigüedad que regían la tierra antes de que el hombre fuera concebido, he velado por un momento su sueño de milenios e incluso he regresado con parte de su poder, observe -se alzó del trono sosteniendo una extraña campana con el signo de la puerta, la toco emitiendo un agudo sonido.
-Despierta gran Kshin Yark, te traigo vida.
El estanque comenzó a rebullir de extraña manera, como si quisiera reventarse en mil pedazos. Entre el chapoteo asomó una especie de cresta de color amarillento seguida de una colosal cabeza provista de un solo ojo enorme y capaz de transmitir una maldad increíble. Horribles colmillos asomaban de su boca mientras unos tentáculos emergían del agua para llevarlo a su terrible muerte.
-Míralo –gritaba en su éxtasis rabioso- es sumamente poderoso y yo he logrado despertarlo con ritos que el mundo creía perdidos. Es tuyo Kshin Yark, yo soy tu sacerdote, gloria a tu poder eterno.
Profanos alaridos como de mil trompetas sonando a una vez eran emitidos por aquel ser mientras se acercaba lentamente. El monstruo era idéntico al de la recamara donde despertó, y era solo uno de los horrores de una galería completa. Sus manos se crisparon de horror, eso le hizo darse cuenta de que aun llevaba en sus manos el hacha del extraño metal, la cual comenzó a brillar de la misma forma que la llave y el candado. Sin dudarlo la lanzó con todas sus fuerzas hacía el único ojo de la bestia, que produjo un alarido más chirriante y agudo mientras se revolcaba en el agua y una sangre negra y pestilente brotaba de la herida. Aquel extraño hombre quedó al borde del colapso, su rostro estaba totalmente descompuesto, pálido. Trató de bajar precipitadamente las escaleras de la resbaladiza gruta, pero al intentarlo calló de bruces estrellando su rostro de frente contra el piso, haciéndose una herida mortal. Al parecer todo había terminado aquí, ahora debía de buscar la forma de salir de este horrible lugar. Justo cuando había dado sus primeros pasos sintió una terrible necesidad de voltear hacía atrás. Vio como del cadáver de su anfitrión fluía el mismo extraño líquido que cuando el monstruo fue herido en su único ojo. Al principio fue solo de su frente destrozada, después de la boca y la nariz, luego las orejas y finalmente de todos los poros de su cuerpo, hasta quedar completamente envuelto en esa sustancia. Acto seguido comenzó a brillar con la misma luz verdosa que el hacha y el candado, su ritmo aumentaba a intervalos regulares que se volvían cada vez más y más intensos. Era una especie de capullo, un cascarón. El cuerpo fue liberado y comenzó a incorporarse poco a poco, pero el ser que se levantó ya no era el mismo. Había adquirido una piel sumamente pálida con un horrible tono verdoso, sus ojos sin pupilas eran de color rojo brillante, más intenso que la sangre y relucían como dos relámpagos. Carecía de cabello y una gran cresta en forma de abanico coronaba su cráneo. Unas alas negras como las de algún murciélago gigantesco lo envolvían. Vestía una extraña túnica larga de color púrpura majestuoso. Extendió una de sus manos alargadas y delicadas, en su palma se abrió un orificio de donde salió una especie de tentáculo que velozmente le aprisionó el cuello.
-Te lo dije, no puedes acabar con el poder de milenios, ellos me dieron su poder, yo soy su elegido, ¡Oh, Dioses primordiales, reciban este sacrificio! ¡Que los hijos de Cthulhu devoren tus entrañas! –dicho esto aumento la presión del tentáculo que le aprisionaba el cuello, la voz de aquel extraño ente parecía venir de algún lugar lejano a pesar de estar ahí. Reverberando con sus blasfemias la cueva comenzó a perderse, parecía que por fin todo acababa, la muerte lo libraría de todo compromiso...
De su propia oscuridad surgió una imagen, una muy amada, una mujer. Desplomándose, perdiéndose en el infinito vacío de la muerte.
Regresó a la realidad, las carcajadas de aquel ente continuaban tan lejanas y cercanas a la vez. Tomó entre sus manos la daga de jade y de un solo tajo firme cortó el tentáculo que lo aprisionaba.
-Insolente, no puedes acabar con el poder de milenios –se alzó unos tres metros con sus alas extendidas, intentó lanzarse directamente contra el hombre que tenía frente a sí. Se vio segado por un increíble resplandor blanco, un torrente mortal de luz con un punto negro en el justo centro, sus oídos se ensordecieron por el estallido. De su pecho surgió un extraño liquido negro, un gusto amargo invadía su boca de la que también fluía algo que no podía contener. La caída fue lenta, el aire del final le desgarró las alas, la última sensación fue el perderse en unas aguas oscuras y frías.
Terminó al fin –dijo Damián mientras miraba como lentamente las aguas recibían aquel ser de pesadilla en su última morada de la que jamás debió partir. Volvió tras de sí sus pasos, ascendiendo al salón principal donde Cthulhu y Yog Sothoth miraban al asesino de uno de sus hijos alejarse con suma frialdad. Reyes por su parte meditaba las palabras de aquel ser: <>. Según el relato del párroco la mujer era la elegida de Lilith, el hechicero también mencionó que era elegido ¿Entonces quién lo había elegido a él? A todo esto ¿dónde estaba el párroco? ¿Y cómo había llegado ahí? Solo preguntas, pero ahora estaba decidido a averiguar de qué se trataba todo. Ahora el juego tornaba hacia un rumbo distinto, para él serviría tan solo para despojar la verdad de entre las sombras.
Volver a cruzar la residencia esta vez no le produjo la misma impresión, ni siquiera la espantosa galería con todas sus inconcebibles blasfemias, después de todo había logrado vencer a tres de aquellos seres vivos. Otra vez en la angosta recamara hecho una ojeada a los libros, en uno de ellos encontró una figura similar a la que el hombre había adquirido en su metamorfosis. Dejo esta pequeña habitación y se dio cuenta de que la casa en general tenía el aspecto de una hacienda de tiempos prerrevolucionarios, la recorrió sin encontrar nada extraño ni ningún otro indicio de peligro, un libro en el comedor acreditaba al dueño como un famoso arqueólogo Henry J. Philiph. Al parecer su trabajo abarcaba ruinas africanas, americanas y un extraño descubrimiento en el polo norte. No tenía más tiempo, así que decidió abandonar el lugar para encontrar respuestas.
Aun la noche estaba en pleno, ni siquiera una opaca luna iluminaba el cielo entre centenares de estrellas que se perdían en las copas de los árboles <>. Es difícil caminar por un terreno boscoso cuando se está acostumbrado a la dura firmeza de la ciudad, mucho más cuando las sombras te cubren, de noche los troncos más bien parecen almas en pena vagando sin fin por el tiempo, y Damián, vagaba con ellas. Estaba solo, pero su voluntad se arraigaba fuerte a la vida con la sola determinación de llegar hasta el final ¿para qué? No lo sabía, ya no esperaba nada, sin ella la vida tenía la apariencia de un enorme valle de almas en pena donde la soledad era todo, consciente de que el fin al que se aferraba era solo el punto de partida nuevamente.
El bosque prácticamente se cortaba en su totalidad en un claro, en el centro de este un circulo de piedra con una estatua encima, se acercó para mirar que era: un jaguar prácticamente congelado en la obsidiana. Cubrió con su rugido el bosque, desierto a excepción de él y del hombre que tenía enfrente totalmente perplejo por el modo en que mutaba hasta convertirse otro hombre, vestido con un traje de grecas doradas y un penacho que inundaron la noche con su luz furiosa, su mano se extendió para señalar un árbol de tronco delgado que se retorció para que de sus entrañas emergieran dos ramas que se extendieron una hacia cada lado hasta formar una cruz, que tras breves instantes se consumió ante sus ojos. El shamán por su parte expulsó una carcajada más parecida a un gruñido, mientras su cuerpo mutaba nuevamente en cinco extrañas serpientes que se desprendieron hacia cinco sitios distintos.
El árbol terminó consumido, un enorme y grotesco pedazo de ceniza, se acercó hacia los restos para tocarlos y estos se desmoronaron formando en piso un signo ya conocido: el alfa y el omega entrelazados por una cruz, el viento arrastró las cenizas que se perdieron en el silencio de la noche.
Corrió lo más rápido que pudo, ya sabía lo que iba a suceder, el mensaje era muy claro, él debía morir, quizá era aun tiempo de impedirlo. Llegó a la carretera y detuvo a un auto colocándose justo enfrente, el vehículo apenas tuvo tiempo de frenar a medio metro de él.
-Está loco o desea morir –gritó enfurecido el conductor.
-Es usted quien va a morir si no obedece –dijo al tiempo que mostraba su arma- abra la puerta. ¿Dónde estamos? -preguntó ya a bordo del vehículo.
-En la carretera libre a Cuernavaca.
-Bien, vamos al D.F.

Todo el camino lo turbaron sus pensamientos, debía impedirlo, pero el auto no iba la velocidad que su mente, eso lo obligaba a acelerar al conductor a fuerza de amenazas, pero el camino era eterno, serpenteante al grado de torturarlo. Llegaron a la ciudad y nuevamente estaba desierta, un inmenso cementerio de concreto, plástico, vidrio y metal con imponentes estructuras mausoléicas. Los ruidos del coche tan solo resaltaban el mutismo. Ya todo había empezado.
Unas calles antes de llegar la casa de la colonia Lindavista divisó una enorme hoguera ardiendo y en su cumbre una especie de risa y gruñido.
-¡Acelere! –gritó desesperado, pero ya no hubo quien escuchara sus gritos, pues en el auto no había nadie. Los seguros estaban sellados y el coche se movía a gran velocidad con vida propia y aunque disparó su arma sobre la puerta esta no se abrió. Justo cuando parecía que iba estrellarse, el automóvil se detuvo ante la ardiente casa en llamas del sacerdote. Todo se consumía con una velocidad increíble, aquí terminaba todo. Se desplomó en el piso quedando arrodillado, apretó los puños y cerró los ojos impotente, mientras sus lágrimas se fundían con las de la lluvia, que en ese momento comenzaron a bañar toda la ciudad.




Reflexión

Aquellos que se dicen santos jamás lo son del todo. Los imaginamos inmaculados, incapaces siquiera de matar moscas, libres de cualquier pensamiento impuro, a años luz de distancia de cada crimen cometido o por cometer. Pero no nos engañemos, ya que lo que oculta el corazón de un santo es la eterna tentación por llevar a cabo los actos más aberrantes. Si no lo realizan es porque para ellos cada tentación es un tesoro, si la materializaran perderían algo de ellos mimos, la pureza que cada crimen le debe a Dios. El criminal siempre entristece –en el fondo- por cada crimen cometido. La autentica bienaventuranza consiste en atesorar los crímenes perfectos, planeados solo para Dios.

lunes, julio 11, 2005

Primer capítulo del juego



Invitación

Era impactante verla ahí colgada del poste, con sus senos de prostituta flácidos y marchitos, aun más marchitos por el escarlata del que estaban teñidos, como todo su cuerpo. Los ojos se hallaban desorbitados y totalmente en blanco, su cabellera negra estaba enmarañada, finalmente del cuello degollado aun seguía fluyendo la sangre en su lenta carrera para estrellarse contra el piso.
Las patrullas iluminando alternativamente de azul y rojo daban un aspecto todavía más macabro al cadáver. Algunos policías trataban de bajar el cuerpo mientras otros intentaban detener al grupo de reporteros que iluminaban la escena con el destello de sus flashes. Llegó el teniente Damián Reyes abriéndose paso entre los reporteros y los demás policías, miró cadáver una vez que se halló en el suelo y su rostro hizo una mueca de asco.
-Súbanla a la ambulancia –ordenó- le vamos a practicar la necropsia. Ya saben acordonen el lugar.
Subió con desgano a su automóvil <> pensó mientras lo encendía. Después, como autómata, siguió a la ambulancia hasta la morgue de la delegación para esperar los resultados. Pidió un café para mitigar la espera y el frío de la madrugada. Cientos de pensamientos se agolparon en su cerebro ¿Qué clase de venganza podía terminar de ese modo? ¿Tendría que ver con algún cartel de drogas? ¿Ó serían otra vez los narcosatánicos? Si no ¿qué clase de loco hubiera podido cometer ese crimen? Cada pregunta solo le generaba más dudas.
Por fin salió el médico forense que le pidió pasara a ver los restos. La mujer tenía alrededor de 37 años, era alta, de tez blanca, cabello negro y ojos oscuros. Según la averiguación previa se llamaba Victoria Flores “la güera”, o cuando menos ese era su alias, el nombre real era desconocido. Era una inmigrante alemana con varios años de estancia ilegal en México. Se le vinculaba con la venta de cocaína en varios cabarets, lo cual hacía suponer que el móvil era una venganza. Presentaba una herida hecha con arma blanca en todo lo largo del cuello y al parecer había sido hecha unos minutos antes de que el cuerpo fuera localizado. Un examen sanguíneo reveló presencia de cocaína en la sangre. Pero la atención de Reyes se centro particularmente en una marca con forma de un pentagrama en la parte media de la espalda, un poco más abajo de la base del cuello. Parecía haber sido hecha con un hierro al rojo vivo al modo como se marca al ganado. Además tenia la peculiaridad de hallarse invertido.
-¿Y esto?- señaló visiblemente intrigado
-Ah, eso. Ya ni siquiera respetan sus cuerpos -respondió el médico algo distraído mientras tomaba fotos a la víctima- he visto tal cantidad de cosas aquí que ya casi nada puede sorprenderme teniente. Tome envíelo al laboratorio de fotografía para que lo revelen- dijo al tiempo que entregaba el rollo y lo conducía a la puerta.
Nuevamente hubo tiempo para tomar café, casi terminaba su turno, había sido una noche demasiado larga, así que no quiso quedarse a ver las fotos ahí mismo, además no quería escuchar los estúpidos comentarios del fotógrafo que pretendía hallar siempre belleza artística en las fotografías de los cuerpos.
Llegó a su departamento a las cinco y media de la madrugada, su esposa aun debía estar dormida, se asomo rápidamente a la alcoba y en efecto así era, volteada con sus rizos castaños cayéndole sobre la espalda. No quiso despertarla, se metió en la cama sin hacer ruido para ganar algunas horas de sueño antes de que comenzaran las averiguaciones. Se despertó a las diez y media, su esposa ya no estaba pero le había dejado el desayuno servido con una nota: “Salí al super, nos vemos al rato”. Mientras desayunaba vio de pasada las fotos y pensó un poco en el caso, aterrador y extraño, realmente extraño.
Salió directo a la Delegación y ya le tenían averiguado el domicilio junto con una orden de cateo, el lugar estaba en una colonia miserable, una zona catalogada como de particular delincuencia, cerca de la Lagunilla, no era de extrañarse. La fachada de la casa era de un rojo oscuro, pero muy sucio y gastado, escarapelada en algunas partes. Se notaba a leguas que era vieja. Aunque hubo que forzar la puerta con ayuda de un cerrajero por fin logró entrar. El interior era caótico, ropa tirada, muebles rotos y desordenados, algunos libros y hojas sueltas con trazos ilegibles, en general todo era sucio y viejo. En el piso, al centro de la alcoba principal, había muchas velas negras con la cera semiderretida, alrededor estaban cinco cráneos tan pequeños que solo podían pertenecer a niños con pocos meses de vida, eran extremos de un horrible pentagrama trazado con sangre. En un mueble lleno de fetiches y objetos de brujería -tantos como el más surtido de los puestos del mercado de Sonora-, encontró un libro con la misma caligrafía delirante y algunas láminas horribles trazadas a mano. Junto a este estaba un paquete que contenía un kilo de cocaína, decidió dejarlo como evidencia y llevarse el libro para estudiarlo sin dar parte a nadie, con esto ya tenían suficiente hasta para la prensa amarillista. Que festín para los del “Alarma”.
Revisando más detenidamente el manuscrito se dio cuenta de que tenía una hoja suelta más o menos a la mitad y que de hecho esta era distinta a las demás. Solo contenía una dirección de internet: www.jvego.genha.
-Vaya, una prostituta cibernética -dijo en voz alta dibujando una sonrisa sarcástica- tengo que ver esto por mi propia cuenta.
Fue directo a la delegación y trató de entrar varias veces a esa dirección pero todo lo que aparecía era un mensaje con letras blancas y pequeñas sobre un fondo negro: acceso denegado.
-Puta madre- vociferó al tiempo que golpeaba en el escritorio justo en el sobre de las fotografías, estaba cubierto de un liquido extraño. Lo rompió, todas las fotos estaban manchadas también. Después todo resultó más claro, eran letras... foto 1: No se meta con nosotros... foto dos: Puede salir lastimado... foto tres: Usted o alguien más. Súbitamente estas empezaron a arder ante sus ojos y por fin pudo darse cuenta de que lo que las manchaba era sangre, pues sus miró sus manos que estaban totalmente impregnadas.
Trató de gritar y sus gemidos se atoraron en su garganta, se quedó pasmado unos segundos y después corrió a lavarse. Trató de contar lo ocurrido pero nadie recordaba ninguna mujer colgada de un poste. Insistió bajar a la morgue a ver los cadáveres pero no estaba entre ellos. En ningún periódico –ni siquiera en el “Alarma”- se mencionaba siquiera de paso el incidente, tampoco apareció en ningún otro medio. Era como si toda prueba se hubiera incendiado junto a las fotos. Quiso salir huyendo pero alguien lo detuvo. Lo tomó del brazo y con una voz profunda y de marcado acento extranjero –italiano para ser más preciso- pero sumamente firme le pidió que se calmara. Tardó un poco en salir del choque, pero al fin pudo mirarlo bien, era alto y corpulento, de más de cincuenta años, el pelo cano y el rostro severo. Con una mirada que penetraba hondo. Llevaba una sotana puesta pues era sacerdote.
-Padre me quieren volver loco- dijo presa de la desesperación.
-Esta a punto de enfrentar cosas terriblemente duras teniente.
-Usted lo sabe, son ánimas, esto es cosa de brujería.
-No es lo mismo tratar con espíritus que con demonios.
-¡No, yo no voy a tratar con nada! Quédese usted con sus demonios si quiere ¡Yo me largo!
-Adonde podría huir que no lo alcanzaran –le replicó con gran calma-, además otros podrían caer en peligro.
-Se refiere a mi...
-Usted lo sabe mejor que yo, pruebe otra vez la misma dirección. Después se alejo con la noche que ya había cubierto la ciudad.
Entró de nuevo a su oficina, no había nadie más. Insertó la dirección nuevamente y esta vez el acceso le fue permitido, la pantalla tardó en aparecer unos segundos que le parecieron eternos, pero lo que se dibujó frente a sus ojos lo dejó petrificado, era una foto de la mujer colgada del poste con un mensaje: “Bienvenido al rincón de los juegos señor Reyes” el mensaje cambió “Es, muy persistente eso nos agrada, pronto recibirá su invitación oficial para El juego”. A esto le sobrevino un apagón general en el ministerio.
-Mierda, esto no esta pasando, esto no esta pasando- murmuró. Cerró los ojos como para negarlo todo. En su mente apareció sin cesar el pentagrama, redibujándose continuamente de forma que siempre era distinto pero que también siempre le causaba el mismo horror. Después sus líneas se desdibujaron hasta formar lo que claramente era la puerta de su departamento. No lo comprendió del todo pero corrió hasta el estacionamiento. Subió a su auto y llego a toda prisa a su departamento cruzándose cualquier cantidad de altos, después de todo era policía y llevaba la torreta puesta. Aun así estuvo a punto de chocar varias veces.
Subió corriendo los tres pisos de escaleras casi convulso. No podía sostener las llaves, las manos le temblaban. Al fin consiguió atinarle al cerrojo y con sus pocas fuerzas abrió la puerta. Para su sorpresa todo estaba en perfecto orden, los muebles en su lugar, ningún adorno movido, ni siquiera algún cuadro chueco. Todo relucía tan limpio que daba la impresión de ser nuevo. Suspiro un momento diciéndose que todo eran supersticiones y tonterías. Pasó a la cocina, también en perfecto orden salvo por una nota en el refrigerador: “Te espero en el cuarto amor, te tengo una sorpresa muy especial”. Se desajustó un poco la camisa y mucho más relajado llego a su recamara, abrió la puerta y sus ojos no podían creer lo que miraban. El cadáver de su esposa con el cuello degollado y el pentagrama en el pecho hecho con una marca como de herraje. En la pared con su sangre estaba escrito este mensaje: “Queda cordialmente invitado al juego”. Un alarido se escapó de su boca, después se desmayó.

Cuando despertó se hallaba en una estancia totalmente desconocida, la penumbra se adueñaba del sitio salvo por los tenues destellos de una lámpara. Poco a poco comenzaron a dibujarse en sus ojos contornos de objetos más regulares, muebles, cuadros, algo parecido a un crucifijo y una figura humana acercándose vestida de un tono más oscuro que las sombras del cuarto. El color de aquella sotana lo devolvió con violencia a la realidad, haciendo que su mente se llenara de escenas desconectadas unas de otras en apariencia, pero que en realidad tenían un hilo conductor que atentaba contra su cordura. La sangre que caía de un cuello degollado y marchito, destrozándose en la banqueta, un manuscrito delirante con láminas que narraban ritos blasfemos y condenados por todos los siglos. Una pantalla que exhibía un cuerpo muerto como un tipo de macabra diversión. Un cuerpo más... que deseó fuera ajeno a este tiempo y dimensión, pero que sabía como algo suyo y tangiblemente muerto; y el horrible herraje, una forma temible que se dibujaba en su mente rehaciendo sus contornos de una manera odiosa y tenaz. Imágenes que lo dejaban irremediablemente solo, con una realidad que aunque quisiera rechazar lo marcaba, de forma tan fija como la mirada del hombre que tenía enfrente.
-Despertó por fin teniente.
-Usted tiene la culpa, ella era lo que más amaba en el mundo y ahora esta... – un nudo en la garganta le ahogaba la voz, humedeciendo sus ojos y crispando sus manos.
-Fueron ellos quienes se la arrebataron, no yo. Por alguna extraña razón lo quieren en ese juego y lo van a obligar a participar, vea esto -le mostró el libro que se había llevado de la casa de la prostituta-, no tiene idea de la clase de objeto que es, convoca a un demonio muy poderoso, es algo que no debe caer en cualquier mano. Sin embargo ella lo tenía en su poder, aun no sé como... quizá comenzó antes de que me diera cuenta. Mencionó esta última frase con un terror visible en los ojos a pesar de su intento por simularlo.
-¿Empezar qué? No sé de que habla, déjeme ir- dijo contagiado del miedo en la expresión del sacerdote. Se levantó para huir del cuarto pero nuevamente fue detenido por el pesado brazo.
-No se vaya, después de todo ya no hay nada que perder, ellos se la arrebataron, así como arrebataran más vidas si los deja ganar. Es necesario que por lo pronto se quede.
-¿Y como quiere que yo entre en ese maldito juego? No conozco nada de magia, ni de demonios, ni ritos y mucho menos tengo poderes.
-Es cierto, pero debe tener inmenso potencial, por algo lo eligieron.
Sonó el timbre de la casa varias veces, por algún extraño motivo supieron que eran ellos. <>.
De nuevo quedó solo, aturdido por la sospecha y sumamente confundido. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra del cuarto. Se acercó a la mesa donde estaba el libro tan temido por el padre. Aproximó lentamente su mano pues sentía una atracción casi magnética hacía el extraño objeto, al momento de tocarlo un vapor azulado y resplandeciente comenzó a emanar de él. En el acto retiro su mano, con eso el resplandor cesó. Se quedó paralizado ante tan inverosímil luz y el sacerdote lo halló en el éxtasis del miedo.
-Teniente observe esto- despertando de su parálisis momentánea volteó solo para quedar más aterrorizado, ya que vio un estuche de piel (que se asemejaba de manera nauseabunda a la piel humana) con el temido pentagrama grabado. Con una angustia indescriptible por fin develó el contenido.
-¿Un videocasete? –murmuró- ¿Pero qué diablos contiene?
-La video está en la sala, sígame por favor.
La casa era evidentemente antigua, sus formas caprichosas envueltas en la sombra sugerían un ambiente lúgubre que aumentaba la incertidumbre generada por el misterioso contenido de la cinta. Las luces de la sala se encendieron. La decoración era sobria pero sumamente elegante, la televisión y la videocasetera estaban en un mueble de madera, que tallaba en sus puertas el signo del alfa y el omega entrelazados por una cruz.
Al insertar el videocasete apareció la imagen de una calle desierta y sumamente oscura. La luz amarillenta de los postes apenas permitía una mínima visibilidad. Enfocando bruscamente hacía la derecha pudo verse una silueta, la leve luz reflejó las grecas doradas de su vestimenta, su penacho de blancas plumas de garza desafiaba la noche de la ciudad de forma grotesca. Su rostro estaba pintado de negro y amarillo con franjas negras, lo cual tenía el significado mágico de unirlo a Tezcatlipoca. Pero sus ojos eran lo que más causaban conmoción, pues eran terriblemente negros y oscilaban como una obsidiana humeante. Eran los ojos estelares de Mictlantecuhtli.
La cámara giró de forma repentina enfocando otra silueta, que al aclararse revelo tras sus contornos evidentemente femeninos una identidad que paralizó de pavor al teniente: era la mujer colgada del poste. Ambos se observaron con mucha cautela.
-¡In nomine Dei nostri Lilith, Regina Exelcis! -comenzó gritando la mujer con su alta tono germánico. Escúchame oh, poderosa y acude a mi llamado, convierte mi cuerpo en una monstruosa máquina de aniquilación que separe los fragmentos de mis enemigos, yo te he tomado como parte de mí misma. Favorita del soberano de los infiernos, madre de los incubos, acuda a mí tu escalofriante forma- su cuerpo se puso sumamente rígido y sus ojos se voltearon hasta quedar en blanco, parecía estar en un profundo trance. Frente a ella aparecieron vapores azulados y fosforescentes igual a los que había despedido el libro, pero estos tenían una exorbitante presión, de hecho algo brotaba, era una figura como de dos metros y medio, con cabellos largos y tiesos por los que giraban los extraños vapores. Era también muy corpulenta y con los huesos deformes. Era una aberración espeluznante, fuera del alcance mental de cualquier cosa vista con cordura, pero aquel que estaba vestido como los antiguos sacerdotes mexicas ni siquiera se inmutó. Con voz ronca y desgarradora pronunció raras sentencias en nahuatl, de las que solo lograron entender Mictlán y nahual. Su rostro fue nuevamente enfocado y ¡por Dios! No era más un rostro humano, más bien era uno de facciones animales, era el rostro de un jaguar. Moviéndose con felina habilidad llegó hasta donde estaba el engendro convocado por la mujer desde el abismo, rigidizó los dedos de sus manos mientras sus uñas crecían de forma desproporcionada hasta formar unas garras terribles y gruñó. El engendro lo atacó con sus largos brazos con una habilidad que no se hubiera esperado de algo tan grande, pero el hombre-jaguar esquivaba todos los golpes con demasiada facilidad. Hizo una larga cortada en el rostro deforme y otra en el pecho, pero el monstruo femenino seguía atacando cada vez con más ira, por fin uno de sus golpes lo alcanzó empujándolo de tal forma que se estrelló contra una pared cercana, trató de tomar ventaja atacándolo mientras aun estaba en el suelo, pero de un terrible salto fuera de toda posibilidad humana sobrepasó la altura de la proyección monstruosa quedando justo frente al cuerpo en trance, de un tajo seco de su mano, como navaja, degolló el cuello de su víctima. El ser que estaba detrás calló de rodillas mientras la tensión y el calor horrible de los vapores derretían su piel, para luego desaparecer por completo. Agonizante la mujer pudo contemplar con horror supremo el inhumano rostro de su verdugo en el momento que alzó su mano hacía los cielos.
-Al Mictlán- rugió con potencia bestial mientras que el pecho de la mujer se abría en el sitio donde estaba su corazón dejando escapar toda su energía vital que el nahual atraía desde su mano. Cuando esta se terminó tomó el corazón y con vehemencia lo devoró para asegurar que toda la energía fuera para sí. Después la herida se cerró mágicamente.
El nahual se alejó corriendo medio encorvado de forma que su aspecto no era ni totalmente felino ni totalmente humano. Tras esto apareció un mensaje: “Te queremos a ti Reyes, solo. Metro barranca del muerto 12:00 p.m.”. Aquí terminaba la cinta, pero al regresarla no había nada, estaba totalmente borrada.
-Tienes que ir –le dijo el sacerdote- sino de todas maneras vendrían por ti y te matarían. No conoces el alcance de esto. No había salida de alguna forma u otra debía enfrentarlos, aunque no supiera como pues carecía de cualquier clase de poder oculto.
-Deme su pistola- le dijo el sacerdote. Cuando la tuvo en sus manos comenzó un ritual muy arcaico -probablemente de la edad media y reservado para las altas jerarquías- haciendo varias veces el signo de la cruz y pronunciando sentencias en latín, sánscrito y griego.
-Es todo lo que puedo hacer por usted, su auto está en la puerta, que la sombra divina del Señor lo cubra. Extendió su mano y le dio la bendición.
Antes de subir a su auto algo muy extraño le ocurrió, pues su arma brilló durante algunos instantes con una inusitada incandescencia blanca que iluminaba varios metros alrededor de ella. Pensó que era obra del extraño ritual del sacerdote, tal vez no todo estaba perdido.
Aparentemente se hallaba en el norte de la ciudad, en Lindavista o en alguna colonia de ese rumbo. Eran las once de la noche, pero las calles estaban extrañamente solas, como si la ciudad se hubiera despoblado mientras manejaba. A lo largo del trayecto pensó en su esposa, se la habían robado, probablemente aquel ser mitad hombre, mitad jaguar o quizá algo peor. Pero nunca dejaban huellas, como las fotos o el cuerpo de la mujer, incluso la mente de todos en la delegación, seguramente habían borrado del mapa el cadáver de su esposa.
Finalmente llegó a la estación, desierta totalmente y sin barreras que le impidieran de forma alguna el paso. Solo sus pisadas rompían el silencio sepulcral del sitio. Conforme iba descendiendo la profunda estación, se fue encontrando con que las paredes estaban decoradas con diversos signos, sobre todo cruces y diversas pinturas parecidas a las de Chagall y Miró, que representaban santos cristianos y otra clase de entidades más oscuras, muy frecuentemente vestidas con sombreros de copa y frac. Llegó al anden en el momento justo para ver los dos últimos trenes cruzándose, como dirigiéndose cada uno al infinito pero en sentidos opuestos, cuando ambos se perdieron totalmente, del otro lado del andén estaba una mujer con un largo vestido blanco, su piel se erizó al reconocer quien era: la prostituta colgada del poste asesinada por el shamán nahuatl. Se quedó petrificado mientras ella descendía a las vías con movimientos inhumanos, acercándose a él. Cuando trepaba el otro anden apuntó su arma directamente hacía su rostro, con su primer tiro destruyó la orbita ocular y parte del cráneo, por su cara escurrían los residuos oculares y partes del cerebro mezcladas con el poco de sangre que aun no perdía su cuerpo. Pero eso ni siquiera se calló ni se detuvo, sino que avanzó más directamente hacia él. Fuera de sí mismo la golpeo en el rostro con la cacha de forma furiosa ocasionada por el pánico. Aquel semblante quedó destruido, totalmente deformado, una cruel parodia de lo que alguna vez fuera un rostro humano. Con esto por fin pudio derribar el cuerpo, pero tras breves instantes se levantó para perseguirlo de nuevo con su espeluznante rostro de pesadilla.
Con indescriptible pavor salió huyendo, corrió por toda la estación y dejando atrás incontables escaleras, hasta que a la mitad de unas muy extensas fue detenido por el frenesí del tamborileo y los cantos, el brillo de las flamas, los signos mágicos dibujados en todas las paredes y la riza estrepitosa del hombre que como una especie de macabra maldición le era horriblemente familiar.
-Bienvenido a la ceremonia Reyes –hizo sonar su voz por sobre el estrépito de la música- no me recuerdas. Ah si, yo sé que todos ustedes hablaban a mis espaldas con morbosa repulsión, pero eso que ustedes rechazan con asco es para mí el más grande de los placeres, el único capaz de llevarme al éxtasis verdadero. El exquisito vértigo que me produce es la única forma de sentirme vivo, el frío de los cuerpos es el calor que arde en mí, la rigidez es el goce de mi tacto, su muerte es mi vida. Solían llamarme necrófilo ¡Bah! Termino vulgar elaborado por la simpleza de sus mentes débiles y obtusas. Ya no se atreverían a decir lo mismo ahora que poseo el poder de los Guedes, pronto encontrare mi imperio entre los no vivos y los dominaré. Tu has visto solo el comienzo, es más, incluso podrás servirme una vez que hallas muerto.
Tras el pálido cristal de los lentes que cubrían el rostro de aquel hombre, se encontró con los ojos negros y ligeramente rasgados –pero ciertamente llenos de malicia- del fotógrafo del ministerio. Entonces era cierto, pero la realidad rebasaba las expectativas de la más descabellada de las murmuraciones.
-Reyes, Reyes... tenias que estar tu entre lo elegidos, por cierto ¿Cómo está tu esposa? Disculpa como pude olvidar siquiera por un momento que yo fui el que la asesine. Pero como pensé que después de todo tu no querrías separarte de ella la traje de vuelta tan solo par ti, mírala tan pequeña y frágil, luce mucho más bella así ¿No te parece?
Detrás de la figura de una gran cruz que estaba en la parte más alta de los escalones apareció una figura más, que no imagino ver ni en la más cruel de sus pesadillas, su esposa estaba ahí caminando de nuevo y repegándose al cuerpo de aquel maldito hechicero.
-No se como era contigo en la cama, pero conmigo ha sido la más ardiente de mis muertos.
-Maldito, ¿cómo lo hiciste? –dijo Reyes crispado de ira.
-Es el poder que me da la hechicería, el vudú de mano izquierda, los Loas de la muerte me han elegido y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. La más macabra carcajada que jamás había escuchado se escapó de su boca, su riza estridente cubrió todo el lugar mucho más que la música o cualquier otro sonido.
Los zombis que tocaban los tambores aumentaron de varias veces el ritmo de las percusiones, algunos otros bailaban en estado de posesión, incluida su esposa. Sus rizos se movían a un ritmo casi hipnótico mientras sus ojos grises y apagados se perdían en algún lugar lejano que todo lo atravesaba. El fotógrafo comenzó a cantar en un idioma perteneciente a las antiguas selvas africanas, para él incomprensible pero que conocía de antemano maldito para todas las eras. Empezó a realizar extraños movimientos con las manos hasta que quedaron totalmente extendidas hacía el frente, al mismo tiempo sus ojos se fueron tornando blancos hasta que perdieron toda forma las pupilas. El pálido cuerpo de su esposa se puso extremadamente rígido tambien, se elevó del suelo unos treinta centímetros y luego descendió bruscamente, se dirigía hacía él, pues los movimientos de las manos del hechicero delimitaban sus acciones como una funesta marioneta.
Pero Damián esta vez no sintió ni aversión ni miedo, sino una creciente ira que recorrió su cuerpo acumulándose en sus ojos y en sus manos, en su boca apretada, hasta que por fin logró tomar su arma y apuntar directo contra el nigromante; el cadáver de su esposa se dirigía de forma segura hacía él con un brillo asesino en sus ojos grises y con una sonrisa que solo un demonio podía articular. La pistola refulgió con la extraña luz intensa que vio fuera de la casa del padre tras aquel extraño rito, concentrándose potente en un solo tiro que atravesó al odioso hechicero justo en medio de los ojos. El cuerpo rodó escaleras abajo estrellándose así el cráneo que dejó derramado un montón de masa encefálica entremezclada con sangre. El cuerpo de su esposa y el de los demás zombis perdieron fuerza y también se desplomaron.
Con sus ojos anegados en lágrimas y los hombros abatidos, sin voltear atrás, Reyes emprendió el retorno a la superficie, sin tomar conciencia de que había logrado su primer avance en el juego.